A. Importancia de la redacción

          La redacción es, sin duda, de lo primero que tenemos que ocuparnos. Es como los cimientos de todo lo demás: si esto falla, probablemente todo se irá abajo. Aunque muchos escritores jóvenes se empeñen en decir lo contrario. La redacción tiene que ver con casi todo: la claridad para comunicar nuestras ideas, la buena impresión que causará nuestro trabajo, los efectos artísticos que queramos crear en él. Si la manejamos bien tenemos ya resuelto el setenta por ciento de los problemas del escritor.

          La redacción es algo que se supone hemos estado aprendiendo desde la escuela primaria: es expresarnos por escrito. Para eso servían los ejercicios de hacer párrafos que hacíamos de chicos en los libros gratuitos de la Secretaría de Educación Pública de México. Pero, por desgracia, en la actualidad la gente de la SEP ya se cansó de enseñar a redactar, y se conforman con la peregrina idea de que la comunicación escrita ya no es tan necesaria en nuestro mundo, o que la lengua escrita se aprende a través de la hablada. Patrañas. Y, para rematar, por lo que me he dado cuenta, los educadores, antiguos y modernos, nunca tomaron en cuenta que existe una forma extremadamente fácil y divertida de aprender redacción: la lectura.

          Pues sí. Una persona que haya sido desde la infancia un lector voraz, vicioso y observador, con seguridad tendrá una redacción impecable. Y un lector consuetudinario no tardará mucho en adquirir la clase de sensibilidad propia del buen redactor. El tipo de lectura no importa mucho, aunque yo preferiría que no se tratara de revistas Eres o novelas de Corín Tellado (nada más porque, si vamos a invertir tiempo leyendo, no estaría mal que, además de leer, consiguiéramos algún pequeño beneficio extra, como enriquecer el vocabulario y la mente o algo así).  Mi recomendación es que se lea de todo un poquito (sin olvidarse de que nadie tiene la obligación de terminar un libro insufrible), y que, para afinar, se reserven todas las ganas para el tipo de literatura que uno desea escribir: por lo tanto, si uno quiere escribir ciencia ficción, que se ponga a leer ciencia ficción; si uno quiere hacer novela histórica, que se ponga a leer novela histórica, y así sucesivamente, acompañándose, claro está, de otras lecturas que puedan resultar útiles para lo que se planea.

Por citar un ejemplo, el futuro autor de fantasía puede sacar mucho de las viejas sagas y novelas de aventuras, pero puede que no aproveche tanto un tratado de física,  que el futuro autor de ciencia ficción dura va a encontrar útil. Y a este autor, a su vez, quién sabe para qué le pueden servir las revistas de chismes o política. ¿Quién sabe? Quién sabe, sí, porque muchas veces el material de inspiración puede extraerse de las fuentes más inverosímiles. Una composición de Chopin salió de contemplar al perro de Geroge Sand cuando se estaba mordiéndo la cola (el perro, claro). Y un cuento mío, por cierto, tuvo su origen en la nota roja de un periódico farandulero. Efectivamente, quién sabe...

          Concluyamos: no hay que dejar por alto nada, hasta donde sea posible y soportable.
 

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