Literatura Fantástica: Nostalgia por el futuro

Hace más de diez años que decidí que iba escribir fantasía. Si empezamos a contar el tiempo desde que me surgió la idea, son doce años exactos. Desde que leí el Señor de los Anillos, de hecho; y, al principio, me sentí tan abrumada ante la idea, que intenté acallarla. Mi escritura nunca volvió a ser la misma después de leer esta impresionante obra. Más que descubrir algo nuevo, era como encontrarme con pensamientos perdidos hacía mucho, mucho tiempo, pero que ya eran míos. Y sí. Al ponerme a examinar mis primeros cuentos, primeros me refiero a los que me inventaba de chica para distraerme y para divertir a mis amigas, me di cuenta de que todo lo que hacia era fantasía. Y aunque intenté, humildemente, regresar a mi estilo habitual, que iba tras el realismo y por el estilo, una herencia, ni más ni menos, de mis lecturas en español, algo había cambiado. Tenía las ideas viejas, y muchas nuevas que necesitaban salir. Y quería comenzar a hablar de ellas, meterme con ellas, aunque al principio me daba vergüenza admitir lo mucho que me habían afectado. Quién hubiera creído que esa vergüenza se convertiría, mucho más adelante, en un orgullo.

Todo eso fue a mediados de 1986. Mientras estaba leyendo el Señor de los Anillos, no necesité nada más. Mi último año en la secundaria me pasó soñando. Pero después me quedó un gran vacío. Y, de algún modo, fue para llenar ese vacío que comencé a explorar poco a poco, dentro de mi cabeza, aquella tierra por descubrir, a la que no bautizaría como Tyander sino hasta junio de 1998.

Recuerdo que la primera historia tyanderiana (aunque el sitio, ya habíamos dicho, no se llamaba Tyander aún) que comenzó a ocurrírseme tenía que ver con una región norteña de mi mundo, Tanadia, y su protagonista era una joven, Niselin, que era la princesa heredera de un reino destruído y usurpado, que tenía un carácter de los mil demonios y un hermano mellizo que era todo lo contrario a ella; que viajaba por todos lados con su primo hermano y un amigo de éste, ambos enamorados de ella; y que además era la mejor espadachina del mundo y tenía cierto poder especial que le permitiría dominar una espada muy especial también. Qué tiempos aquellos. Pero esa historia, que ahora me parece tan simple, no era muy diferente de la que nos gustaba oír en aquellos tiempos... al menos, nos permitía soñar que alguna vez llegaríamos a formar parte del gran círculo de escritores de Fantasía.

Bueno, para 1988, me tocó una moda nueva en el género. ¿Cuál era? Sin ir más lejos, consistía en que Tolkien era pedante y anticuado, y lo que sacaba puntos eran las novelas basadas en juegos de rol. Fue también la época donde se puso en boga la satanización de los juegos de rol, y el gran pleito entre el rol y la iglesa (fzzz... como si uno tuviera que ver con el otro). Para quienes no sabíamos nada de los juegos de rol, el asunto sonaba importante y delicado. Y si de delicadezas hablamos... las sensibilidades de quienes recién habíamos descubierto a Tolkien y considerábamos que era el mejor se resintieron horriblemente. Teníamos que saber más. Era la época de los héroes humanizados, de los personajes que éramos nosotros mismos durante una partida de rol, de las historias que eran una pelea continua y una búsqueda pequeña que al final iba a acabar con el enfrentamiento de un malo prototípico. Y escribir fantasía se veía fácil. Vaya, si todo el mundo lo hacía. Y como todo el mundo lo hacía... claro, las historias de Tyander tenían que acomodarse también al patrón. En retrospectiva, nunca fui buena para ello.

Al hojear mis viejas revistas del género, todo eso me viene a la cabeza, y me hace sentir mucho más insegura de lo que estaba antes. Ahora sí, no sé si lo que voy a escribir les va a gustar a mis algún día lectores. Y, a juzgar por la extraña variedad de títulos que se publican dentro del género, creo que lo mismo les ha de estar pasando a los escritores de fantasía profesionales, al menos a los de habla inglesa.


Hace tiempo que las novelas con espadas y dragones no se ganan un premio de fantasía. ¿Por qué será? ¿Porque pasó la moda? ¿Y ahora cuál es la tendencia, quisiera saber? De algún modo podría darme cuenta, si conociera más a los lectores. Pero la mayoría de los aficionados al género que conozco tiene el grave inconveniente de que no lee (sí, oyeron bien). O le huyen a los clásicos, o no tienen dinero para los modernos, o tal vez se volvieron demasiado flojos para meterse más allá de sus propias creaciones. Una cosa es tan grave como la otra y la otra.


Y con todo, los títulos y las temáticas de los ochenta siguen vendiendo. Me pregunto si los estará comprando alguien de la nueva generación, o simplemente lectores tan aburridos y nostálgicos como yo.

De cualquier forma, un escritor, a veces, no tiene más que lanzarse al vacío con los ojos cerrados, y estar listo para lo que sea que se encuentre abajo. La nostalgia no es una buena idea, y menos cuando el mundo al que hay que enfrentarse es un mundo que ha perdido todo el respeto por el pasado, sea éste honorable o no. En cuanto a tendencias actuales... bueno, sólo me resta esperar, y contar con la no muy bien establecida esperanza de que, en un momento dado, no se hablará de tendencias, sino de autores, y de individuos y no de generalidades.


Ilustración: Boris Vallejo

La fantasía de los setenta

¡El entretenimiento cuenta! Como en las viejas revistas pulp. Puedes expresar tus ideas pseudorevolucionarias, pseudomoralistas y pseudopolíticas, siempre y cuando sea bajo una conveniente capa de acción... y humo y sexo. No necesitas saber mucho para escribir una conveniente aventura en reinos primitivos. ¡New wave!

Lo bueno: La libertad cuenta, pero también las formas. Si escribes basura, ten por seguro que no te la compran.

Lo malo: Fuerza mata inteligencia. El día que se te ocurra presentarle a tu editor una historia sobre un hombre bajito con un dilema filosófico, te va a decir que está bien que sólo Conan venda, pero que tú no tienes por qué hacer una copia de Conan...

Ilustración: Larry Elmore

La fantasía de los ochenta

Tú eres el héroe. O, si lo prefieres, el héroe es como tú. Tiene sus propios problemas que resolver, grandes y pequeños, como involucros amorosos o no tener planes para el próximo fin de semana; y sabe que no es perfecto, pero apunta siempre hacia la virtud pues, aunque no quiera, al final va a ser él quien salve a su mundo.


Lo bueno: Un aluvión tremendo de personajes absolutamente adorables, bien desarrrollados y realistas.


Lo malo: Un aluvión tremendo de historias malas y repetitivas. Si te funciona una receta, la usas hasta el cansancio... y te llevas una gran sorpresa si te das cuenta de que no todos los ingredientes cuadran.




Ilustración: Charles Vess

La fantasía de los noventa

Sentémonos todos alrededor de la hoguera, y pongámonos a escuchar la voz de un narrador de hoy que nos contará historias de mucho, mucho tiempo atrás. Estamos cansados de fórmulas desapasionadas... y también enfermos de pasión. Porque la pasión ya no se usa, y la ha sustituído la imaginación. Vamos a escarbar hasta el fondo de nuestra mente, y nos vamos a sorprender ante los vestigios de memoria colectiva que vamos a encontrar. La historia tomará forma de cuentos de hadas, y lo fantástico caminará mano a mano con lo cotidiano.

Lo bueno: Mirar atrás, y echar mano a los viejos recursos... leyendas, mitologías y cuentos de hadas. Esto no es un retroceso... es el respiro necesario para un buen salto que nos permita despegar los pies del lodo.

Lo malo: ¿Pero qué nos ha hecho el pasado para que casi nos obliguemos a olvidarlo? Tus coetáneos leen a Neil Gaiman, se sorprenden ante la originalidad de sus historias y la frescura de sus invenciones, y hasta te lo citan... Mala suerte. Muchos de ellos nunca leyeron a Shakespeare, a Lord Dunsany o a Edmond Spenser, y por lo mismo se dan cada quemón...


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