3. Extraña enfermedad
Kaikki despertó sintiéndose absolutamente relajado. Satisfecho con
el descanso, estiró los miembros y volvió a envolverse en su manta.
Aun sin estar despierto del todo, comenzó a pensar que tal vez no sería
mala idea si, únicamente por esa vez, le hiciera caso a su padre y no fuera
de caza. Sin embargo, el sentido del deber comenzó a cosquillearle en la mente,
hasta que se decidió por fin a levantarse.
Alargando los brazos hacia el techo, abrió los ojos... y se detuvo en seco al darse cuenta de que no se encontraba en su propia tienda. Desde el techo, lo encaraba uno de los magníficos bordados que su tía Hiekka elaboraba; el enorme dibujo de un lobo saliendo de un bosque. Y, a su izquierda, estaban los rasgos ciertamente lupinos de Valkoinen. Percibió un olor extraño, y notó que, cerca de su cabeza, humeaba un tazón lleno de agua con hierbas aromáticas. Eso lo hizo alarmarse: sabía que Valkoinen, además de rastreador, era el único en el campamento que poseía los delicados secretos de la herbolaria.
A Kaikki le pareció que el rastreador hablaba con otra persona. Se incorporó con brusquedad, e inmediatamente se arrepintió, ya que el mundo comenzó a darle vueltas. Tainas lo sostuvo por los hombros, y el joven buscó a tientas la mano de su padre.
- Tranquilo, hijo - recomendó éste.
- ¡La caza...! - exclamó el muchacho.
- No, hoy no hubo caza, Kaikó - respondió Valkoinen, acercándose
a su sobrino -. Mejor. Necesitabas descansar.
- ¿Que hoy...? - Kaikki clavó la mirada en el entramado del techo. En lugar de la claridad de la mañana, alcanzó a ver el color pálido del crepúsculo y las sombras que precedían al anochecer.
- Hijo, te quedaste dormido todo el día - dijo Tainas -. Te estabas empezando a enfriar. Valkó decidió olvidarse de la caza por hoy, para poder cuidarte. Nos tenías preocupados.
- Al menos descansaste - bromeó Valkó -. Si la única manera de que le hagas caso a tus mayores es con esta clase de sustos, tal vez podamos soportarlo... Con todo, pequeño hermano, tu padre debería pensar en darte una buena reprimenda.
Tainas pareció no haber oído la última frase. A Kaikki le pareció que los ojos de su padre estaban húmedos, y aunque, muy a su pesar, se sintió emocionado ante la muestra de cariño, la presencia de su tío lo incomodó un poco.
- Creímos... - murmuró el leñador -... creímos que algún espíritu estaba reteniendo tu alma, o algo así...
- No... nada de eso - replicó Valkoinen, pero a Kaikki no le pareció inadvertido que el rastreador le había hecho a su padre una rápida y disimulada seña de que guardara silencio -. Es cansancio, como ya te había dicho... el cansancio puede convertirse en una enfermedad. Y esa enfermedad se agrava por la falta de alimento. Tainó, ¿por qué no le dices a Hiekka y Aiiti que nos adelanten la cena? Creo que se sentirán contentas de poder hacerlo.
Tainas asintió, y recostó suavemente a su hijo en una almohada de lana. Al salir el leñador, Valkoinen se quedó callado, enroscándose el bigote con aire pensativo. Para Kaikki, el silencio resultó demasiado largo. Tenía la impresión... no, la certeza, de que Valkó le ocultaba algo.
- Valkó - soltó la pregunta que no se había atrevido a hacer -, mientras estuve dormido, ¿notaste algo? Digo, ¿hice algo raro?
- No, ¿por qué?
- Valkó - continuó el joven -, tú no crees que haya sido por cansancio nada más, ¿verdad?
- Sí. ¿Por qué? ¿Tienes alguna otra idea?
Kaikki suspiró, y continuó hablando, ahora con cautela.
- Lo que dijo padre del espíritu y no sé qué más... Es que... cuando me desperté, te oí... y estabas preocupado.
Valkoinen sonrió. Pasó los dedos por la cabeza de Kaikki, enredándole un poco los negros y apelmazados cabellos.
- ¿Cómo querías que estuviera? - dijo -. Ya está bien. Si quieres, descansa un poco más, antes de que venga la cena.
- ¿Que descanse más? Pero si no estoy cansado...
- Entonces, tal vez, quieras hablar...
El tono de su voz no dejaba lugar a dudas. Kaikki chasqueó los labios. Si su tío, como sospechaba, sabía más de lo que aparentaba, tal vez fuera conveniente revivir con él los vergonzosos sucesos del día anterior.
- Bueno... - dijo, titubeando -, ayer... no me sentía muy... bien. Me dolía la cabeza... no sé. No me sentía con ganas de hacer nada. Y... bueno, cuando llegué a... a la casa... creo que... creo que me desmayé... Valkó - y su voz adquirió un tono de desesperación mal reprimida -, por favor no se lo digas a mis padres. No sé qué sea ésto, pero no quiero que sepan. Si me vuelven a prohibir ir a cazar... -Una lágrima se escapó de los ojos del joven; furioso, la enjugó con un rápido movimiento de mano -. Si me vuelven a prohibir ir a cazar - dijo, recuperada la calma -, no voy a desobedecer de nuevo. Tú lo sabes.
Valkoinen asintió. Cariñosamente, le dio una palmada en el hombro.
- Tal y como me contó tu hermanito - dijo, y levantó la mano para acallar la exclamación que estaba a punto de salir de los labios de su sobrino -. Vamos, vamos. Lo ocurrido ameritaba que se revelara el secreto, ¿no? Cuando tu padre te trajo, Selkaa me llamó aparte y me contó todo lo que tú le habías dicho que no le dijera a nadie, y, por supuesto, me hizo prometer que no se lo dijera a nadie y a ti menos que a nadie. Entendiste todo ese lío, supongo.
- Sí, creo que sí - suspiró Kaikki, recostándose de nuevo. No valía la pena enojarse; después de todo, Sel había hecho lo que tenía que hacer -. ¿Y qué hay de la caza?
- No te preocupes - dijo Valkoinen, intentando sonreír, aunque en realidad su sobrino sí tenía de qué preocuparse. No le había revelado toda la verdad sobre lo ocurrido.
Aquella mañana, cuando Tainas intentaba despertar a su hijo, éste había gruñido un par de veces y se había envuelto en sus mantas. Tainas, moviendo la cabeza, fue a ver a Valkó, que ya estaba a punto de salir.
- Tu cazador no puede levantarse hoy - le dijo con una media sonrisa -. ¿Quieres llevarte a Selkó?
Iba Valkoinen a responderle, cuando les llegó un grito de alarma de la tienda de Tainas. Junto con otros lotin, Se precipitaron hacia ahí, y encontraron a Aiiti, que había sido más rápida que ellos, intentando sostener a Kaikki. La espalda del joven se tensaba por momentos, y todo su cuerpo se estremecía. Piora, quien había gritado antes, lloraba descontroladamente en brazos de Selkaa. Cuando cesaron las convulsiones, Kaikki no se despertó, y a Valkoinen le costó trabajo admitir que no sabía qué hacer. Dispuso que trasladaran al muchacho a su tienda. En el momento que él y Tainas levantaban a Kaikki, se volvió a examinar a su hermana, que se había quedado susurrando palabras de consuelo al oído de sus otros hijos. Aiiti levantó la vista al sentirse observada, y se encontró con la mirada fría y acusadora de Valkó. La mujer levantó la barbilla, apretó los labios y cerró los ojos.
Valkoinen preparó una infusión con hierbas que mantenía caliente y acercaba a la nariz de su sobrino de cuando en cuando. Salvo algunos escalofríos ocasionales, el muchacho había estado sumido en un tranquilo sueño hasta el atardecer.
Minutos después de su conversación, Valkó hizo que Kaikki bebiera la infusión, y el joven se sintió ya lo suficientemente bien para irse a su choza por su propio pie y cenar en compañía de su familia. Su tío y su padre no le quitaron los ojos de encima; esperaba, en cualquier momento, una recaída; pero ésta nunca llegó y hacia el final del día, todo el campamento parecía haberse olvidado del incidente. Sin embargo, Tainas y Valkó ya habían hablado: la caza se había acabado para Kaikki, por lo menos para aquel invierno. Las protestas no sirvieron en absoluto.
La mañana siguiente, mucho más temprano de lo acostumbrado, Valkoinen, Oikein y otros dos hombres partieron hacia los bosques; parecía que intentaran recuperar el día perdido. A Kaikki se le obligó a permanecer en su cama, pero el muchacho olvidó muy pronto sus propósitos de obediencia. Un excelente rastreador a su vez, no le costó mucho trabajo dar con el grupo. Tainas y Aiiti estaban muertos de preocupación, pero su hijo no hizo caso a los reproches de ambos cuando, tras varias horas, él y los otros cuatro regresaron al campamento con una magnífica caza.
Kaikki se comportó como si nada hubiera pasado, pero al mostrar sus presas los ojos le brillaban con un orgullo feroz; no había fallado un solo tiro; el arco le respondía de nuevo como una extensión del brazo.
Riendo y bromeando, se fue con su hermano Selkaa a dejar las provisiones en la bodega. Aiiti, que recién terminaba de ordeñar a los renos, lo miró a lo lejos. Alguien se detuvo detrás de ella. Era Valkoinen. La mujer sintió que la piel se le contraía de ira.
- ¿Qué quieres? - dijo fríamente -. ¿Qué es lo que tienes que decirme? Te equivocaste, Valkó. Mi hijo ya está bien.
- Por ahora - gruñó Valkó -. Pero más vale que me escuches, hermana. Esto no ha terminado. Y, quiera la Cazadora que me equivoque, va a ponerse mucho peor.
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