Una costumbre muy odiosa de los escritores de los últimos años es el rollo. Tratan de rellenar con palabras, palabras, palabras, una historia demasiado corta o insustancial. Me ha tocado ver un buen cuento que se pudo haber leído en tres minutos convertido en una aburridísima novela corta. O un chiste (que entre más rápido es mejor) contado en seis o siete entorpecidas páginas de “alta calidad literaria”. Algo que, por desgracia, se enseña mucho en un par de escuelas de letras que conozco: agrégale mucho rollo elevado a una historia simplona y tendrás algo genial.
Nada más lejos de la realidad. El rollo, por más elevado y de calidad que sea, nunca va a sustituír la historia, simplemente porque es la historia lo que se va a quedar en la mente del lector. Pero el rollo puede también dar mucho sabor a un buen argumento. Veamos de qué manera.
Todos recordaremos, espero, aquellos tiempos en la
primaria cuando empezábamos a estudiar qué es una descripción,
así que no voy a meterme con definiciones oficiales. Por contraste, también
sabemos lo que es una narración. Lo malo es que en los libros de la escuela
siempre nos las enseñaron por separado: en una página de ejercicios,
nos ponían un conjunto de párrafos (algunos cargados de verbos y otros
cargados de adjetivos) y teníamos que escribir en una rayita abajo de cada
uno si era descriptivo o narrativo. Conclusión: si tiene verbos, es narración,
y si tiene adjetivos... bueno, no lo es, y, como el agua y el aceite, no se mezclan.
¿De acuerdo? No. Por supuesto que no.
En la vida real, la descripción y la narración
tienen poco que ver con el tipo de palabras que se usan en ellas. Y, lo que es peor,
pueden estar perfectamente emulsionadas.Veamos un pequeño ejemplo de una narración
con elementos descriptivos, extraído de una novela de Louise Cooper.
La descripción sirve para dar una imagen vívida a lo que estamos narrando, para darle mayor realismo y precisión. Para enrollar un poco, si se quiere, pero funciona, siempre y cuando se respete el equilibrio.
Hagamos
un pequeño experimento. ¿Cómo quedaría el mismo párrafo
de arriba si le quitáramos la mayoría de sus elementos descriptivos?
Tenemos una idea básica de lo que estaba sucediendo, pero no nos queda muy clara. No sabemos cuánto tiempo se quedó Ghysla en qué lugar, ni cómo se sentía, ni que sus uñitas no eran la cosa más común. Y no sabemos dónde estaba Sivorne, ni cómo era su pelo. En pocas palabras, sabemos el qué, pero no el cómo. Y en dos renglones no tenemos tiempo suficiente para reflexionar en lo que está sucediendo.
Ah,
pero veamos ahora el caso contrario: el mismo párrafo, sobreescrito:
Oh, cielos. Además de sonar algo exagerado, cursi y lo que se quiera, está ocupando espacio de más. Exactamente lo mismo se pudo haber narrado en menos de la mitad de líneas. Y quién quite y si al terminar de leerlo ya perdimos de vista el tema principal.
¿Captan la idea? Ni tan, tan, ni muy, muy. Ése es el secreto. Las descripciones demasiado largas aburren, y las demasiado concisas resultan insípidas.
He aquí un tip: céntrense en la acción. Olvídense de lo demás. Construyan suspenso, pinten buenas imágenes, pero jamás cambien la historia por palabras.
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