Principio

Algún lugar, marzo de 1986.

- Importadora Malinalli S. A. a sus órdenes. ¿En qué podemos servirle?

- Sí... ah... este... quería preguntar... si de casualidad no tienen...

Pero entonces colgué. Santo cielo, mi cordura debía estar al borde del diantre. Vaya cosa tan ABSURDA, esa de llamar a una importadora. Bueno, una importadora se supone que es donde se consiguen artículos importados, pero, tratándose de... de... habitantes de las colinas....

- Inútil, no eres europea.

- Los gringos escriben fantasía.

- Tampoco eres anglosajona.

Sin embargo, quería tener una colina. Y además quería tener los ojos de Don Quijote...que, me parece, no era gringo ni anglosajón.

* * *


Don Quijote tenía unos ojos muy especiales, que le permitían distinguir gigantes de cuatro brazos donde los ojos mundanos sólo veían molinos de viento. Todos lo juzgaron loco, incluso don Miguel de Cervantes. Yo no. Yo le creí. ¿Por qué? No tengo idea. A lo mejor cierto sentido de fantasía heredado de la primigeneidad de mi mente humana, esa que, muy joven, se asustaba con las sombras y las tomaba por monstruos nocturnos. Pero, después me di cuenta, hice muy bien, pues, en caso contrario, quizás me hubiera muerto de un ataque cardiaco un año y pico después, que es cuando comenzaron a ocurrir las cosas que ahora voya relatar.

Veamos... la situación estaba más o menos así: Soñaba con ser escritora. Tenía unos quince años y era un poco estúpida, amén de ingenua, y no me gustaba estudiar. Comenzaba a leer al profesor Tolkien, y mi incipiente interés en lo fantástico iba creciendo y tomando forma. Es perfectamente normal que una adolescente descuidada y perezosa de pronto se halle involucrada en cosas ABSURDAS, ¿verdad? Así lo espero.

Lo que no resultó nada normal fue que, en junio de 1987, un pequeño y jactancioso extranjero se presentó en mi puerta (mejor dicho, en mi patio). Delgado, moreno, decía venir de Noruega o de algún país de por aquellos rumbos. Bien, gracias a este extranjero y a la cola de sucesos que llegó tras él, aprendí mucho que jamás hubiera esperado llegar a saber, y vi montones de cosas que nunca hubiera llegado a creerme por mí misma. Yo era, repito, una adolescente descuidada y perezosa, estudiaba en una escuela infame y acababa de reprobar el curso de álgebra, por lo cual tenía que soportar la materia en verano; además padecía una gravísima enfermedad llamada antieconomía del tiempo; pero ninguna de estas situaciones de tensión me hizo pensar siquiera en buscar algún tipo de escape. Entonces...

Bueno, ahora ya hace varios años de esto. El mundo se ha vuelto normal otra vez. Normal para mí, que muchos todavía lo ven extraño. Antes de más aburridos comentarios, tengo un par de cosas que contar a ustedes. Helas aquí.

Ir al capítulo siguiente

Volver a índice de Mi propia colina

Ir a página principal