De la noche de Walpurgis


Ah, las herencias culturales innatas. Todos estaban algo nerviosos. Era 28 de abril, sólo dos días para la Noche de Walpurgis.


¡Noche de Walpurgis! Por más que hacían para disimularlo, incluso a Pratch se le erizaba la carne cuando oía el nombre. Por Dios... una vez que realicé las subsecuentes investigaciones, no quise ni ver cómo se nos iban a poner las cosas el 31 de octubre.


La víspera del primero de mayo, la fiesta de santa Walpurgis, coincide con la fiesta celta de Beltane, el inicio de la primavera. Más tarde, en la edad media, se la escogió para la celebración de los aquelarres. Se suponía que en la noche de Walpurgis todas las brujas salían volando por los aires a rendirle culto al diablo.


Al principio me reía de todo eso. No me interesaba si en mi helada ciudad hubo alguna vez brujas que se reunían a hacer porquerías en Walpurgis. Me botaneaba a gusto con la historia de Diana Salazar, e incluso encontraba ridícula la idea de que pudieran ocurrir tantas truculencias en un sitio tan pequeño. Pero los otros... los otros tenían un miedo espantoso.


Eran ya como las diez de la noche. Me había pasado la mitad del día en la escuela y la otra mitad viendo una película idiota y leyendo historias del rey Arturo. Es decir, ni un trozo de tiempo a la fastidiosa tarea de Química. Y sin la menor gana de hacerla.


Fui a la cocina, me preparé una taza de chocolate y perdí un poco más de tiempo con la tele. Después regresé a mi recámara. Mi familia había salido de la ciudad. La casa estaba oscura. Sobre mi cama estaba todavía un condenado libro de temas esotéricos, abierto en una página donde se desplegaba una pintura negra de Goya, “El Aquelarre”, con todo el montón de brujas feas y gordas alrededor de un macho cabrío parado de patitas. Me gustaba esa pintura, y el libro lo tenía ahí a modo de medio informativo. De ningún modo había sido intencional asustar a mis amigos con él.


Encendí la luz del escritorio, puse una hoja en la máquina de escribir, abrí el libro de Química y empecé a teclear. Un momento después oí algo parecido a rasguños en la puerta del patio. Abrí, y tres figuras se precipitaron como exhalación al cuarto. Tras ellas llegó Stancie, con toda la calma del mundo.


Cerré con llave y les indiqué a señas que tomaran asiento. Haciendo alarde de sangre fría y fingiendo enfado les dije:


- Bien, valientes míos, ¿cuál es el problema?


Stancie miraba hacia otro lado con aire de aburrimiento. Los otros tres bajaron un poquito la vista. Al fin Aasin me contestó:


- Hay sombras... y murmullos y voces en la calle... No, no quiero pasar la noche fuera.


- Nosotros tampoco, señora - continuó Jack.


- No me digas “señora.


- Es más sensato...


- Todo el día diciendo cosas que no entiendo - comentó Stancie -. No sé si es correcto, pero acabaré por asustarme yo también.


- No comprendo - dije -, por qué habrían de tener tanto miedo, si el asunto de Walpurgis es tan mágico como ustedes y los del festejo son como ustedes...


- ¡No como nosotros, señora! - me interrumpió Jack -. Los grandes poderes...


- Malhaya, llámame por mi nombre.


- ¿Y el círculo? - exclamó Aasin, dirigiéndole una mirada enfadada a Jack -. ¿No se suponía que el círculo iba a resguardar la colina de...?


- De lo que quieras, menos del miedo - dijo Pratch -. No me sentiría seguro en estas fechas bajo toda la luna y todas las estrellas.


- Bueno, ya. Lo que ustedes quieren es quedarse aquí por lo menos hasta el primero de mayo. Está bien. Voy a sentirme más tranquila con ustedes aquí dentro.


Volví a la dichosa tarea. Terminé con ella no muy tarde y me quedó tiempo para leer a mis inquietos amigos una historia con brujas buenas y alegres. Viéndolos más calmados después de esto, me fui a acostar. Para ahorrar espacio, cada uno encogió de tamaño y eligió su lugar. Pratch se tendió a los pies de mi cama, sitio de honor perteneciente a mi gato por derecho. y hubo un amistoso pleito antes de que los dos se acomodaran en el precioso espacio; Stancie encontró un sitio tibio y cómodo en el cajón de playeras; Aasin prefirió el anaquel de los suéteres y Jack insistió en montar guardia en el escritorio, junto a la ventana.


El día siguiente era viernes. Me levanté temprano. Todos dormían aún, hasta Jack. Salí sigilosamente. Cuando regresé por la tarde, encontré a los cuatro sentados en la colina, mirando muy pensativos la calle. En todo el día no habían salido. En la noche se me ocurrió leerles dos o tres ensayos sobre brujería, pero el resultado no fue tan bueno como la noche anterior.


El treinta de abril, la víspera. - Me pareció horrenda la rapidez de ese desafortunado día - me comentaría Aasin más tarde. Por mi parte, ya no me quedaban ganas de hacerme la valiente. Poco a poco, mis amigos habían acabado por contagiarme los nervios. - Pero si las brujas feas con escoba no existen - me repetía y les repetía -. No en esta parte del mundo, por lo menos. Es de locos.


La noche llegó como si nada, pero esta vez me contenté con leerles un cuento de ciencia ficción. Con respecto a Walpurgis y las brujas, ya nadie quería profundizar en el tema. Y me fui a dormir esperando que, como me había ocurrido en las demás ocasiones, el día llegara apenas cerrara los ojos.
Más o menos a la media noche la voz de Jack, cuya guardia había ido esta vez muy en serio, me llegó en sueños. De mala gana dejé mi cama calientita y fui al escritorio.


- Ay, flaco, ¿qué viste?


- Nada más que sombras, señora. Pero...


- Por mi nombre, caramba.


- Pero ya son demasiados los ruidos... voces que murmuran, que ríen...


- Alguna pachanga de trasnochados.


- No... vienen de las sombras...


- Estás soñando, ¿verdad? - bostecé -. Y yo también, me parece. Mejor me voy a soñar otra cosa -. pero, aunque no de buena gana, decidí esperar con él. Una media hora, quizá. Nada.


- ¿Ves, flaco? Mejor duérmete. No vamos a sacar nada de esto. En la tele pasan muchas churrerías, ya te he dicho.


- Tenéis razón.


- Tienes razón.


- Tienes razón - me tuteó por fin, y bostezó a su vez -. Será mejor que... ¿habéis visto? - señaló de pronto hacia afuera. Donde, según yo, no había nada.


- ¡Ay, flaco! ¿Y ahora qué?


En la cara de Jack había tensión.


- Una mujer gris, con una llama en la palma de la mano.


- Dios mío, ya vete a dormir.


- ¡Escuchad!


- Psss...


- Está bien: ¡escucha!


Presté atención. Comencé a percibir con claridad el sonido de voces. Corrí un poco la cortina. Luces en la calle. Un montón de gente, hombres en mayoría, vestidos con andrajos grises. El que iba al frente llevaba un palo con una cruz muy rara. Los cuerpos de todo el cortejo eran demasiado transparentes como para que alguien con sentido común permaneciera tranquilo. Supongo que debo considerarme afortunada: carezco de esa cualidad.


Me toqué el brazo, pero a último minuto decidí no pellizcarme. Este sueño es divertido, pensé; mejor voy a esperarme a ver hasta dónde llega.


- Mira, nos cayó encima la Santa Inquisición - le susurré a Jack, y, aludiendo a la telenovela esa que trataba de brujería en helada ciudad, dije en voz muy alta:

- Buscan en terreno árido, señores míos. El color de nuestros ojos es natural.


- Por favor guarda silencio - me urgió Jack.


El jefe del grupo se asomó a mi patio. Apoyó la cruz junto a la bugambilia, y señaló la jardinera... ¡el círculo!


- He aquí un símbolo maléfico - me pareció entenderle; tenía un acento raro -. Deben haberse detenido aquí -. Alguien puso en sus manos una antorcha. El hombre la acercó a la colina.


Contuve el aliento. - No, otra vez no - murmuró Jack, y me pidió: - Alcánzame el arco.


Su arma estaba guardada en un vaso, junto con mis lápices; sin detenerme a pensar que en realidad no tenía un tamaño muy conveniente, se la di. Pero cuando Jack se volvió (1.84) a la ventana, apuntando, su arco había crecido junto con él.


Pero antes de que el hombre alcanzara a tocar uno de los ladrillos, apareció por la calle un escandaloso vendaval de formas, entre las que me pareció distinguir aves largas, hombres, mujeres y trapos volando por todos lados. El grupo de figuras transparentes se disolvió de pronto. Un instante la calle estaba inundada de sombras, y al siguiente vacía. Oí suspirar a Jack, y hasta entonces me di cuenta de que me había colgado de su cuello.


- Eh... perdón - dije, un poco avergonzada -. Oye, ¿ese es el efecto de protección del círculo?


Jack negó con la cabeza.


- ¿Entonces?


Jack se encogió de hombros.


- Bueno, será que ya es domingo, y esas cosas no les permiten rondar por ahí en domingo. Así decía en el libro -. Me eché el pelo hacia atrás y bostecé otra vez -. Bueno, flaco, ha sido un sueño magnífico, ¿no crees? Al rato que te vea lo comentamos. Ah, que no se te olvide que ya aprendiste a hablarme de tú, ¿eh?; bueno, supongo que como es sueño, no me puedo hacer muchas ilusiones, pero no importa; en cuanto me despierte te convenzo; lo de “señora” déjame que te diga que es bastante ridículo... Hasta el rato.


Regresé a la cama, eché una ojeada al reloj y consideré que, aunque era el principio de la madrugada, me convenía despertar. Me pellizqué el brazo suavemente. Nada. Volví. Nada. Un poco más fuerte. Nada. Apreté hasta dejar marcadas las uñas. Nada. Entonces me llegó el turno de asustarme de veras. Espero que no hagan falta comentarios tras esta conclusión.



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