El Santuario del Mar
El lugar se sentía húmedo, y hubiera estado muy oscuro a no ser por
el brillo fantasmal que emitían las paredes. Los siete hombres, sentados en
círculo en el centro del cuarto, guardaban silencio. Parecía como si
temieran inclusive respirar demasiado alto.
Por fin, uno de ellos habló.
- ¿Será de día, o de noche? - susurró.
Otro se encogió de hombros.
- Qué importa - respondió, en el mismo tono de voz -. Para él
es lo mismo.
- No se está moviendo. Hace días que no se mueve - dijo el primero.
Se volvió hacia el hombre que se sentaba junto a él. Éste tenía
la cabeza inclinada hacia el piso, y los hombros echados hacia adelante. Los cabellos
largos y oscuros le cubrían por completo la cara. Su compañero lo miró
con preocupación -.Señor - le dijo -. Señor, ¿se siente
mal?
La cabeza inclinada se levantó un poco.
- Estoy bien - contestó una voz cansada -. Estaba... estaba rezando... nada
más.
Su compañero abrió la boca, pero el que había hablado con él
le indicó a señas que cesara la conversación. El grupo se quedó
callado otra vez. Escucharon, buscando entre el opresivo silencio ese sonido que
ya conocían. Pero en esa ocasión, aunque transcurrieron largas horas,
no se oyó nada. Ni siquiera el mar.
* * *
El aire presagiaba tormenta; el cielo nocturno estaba
lleno de nubarrones, y hacia el horizonte comenzaban a divisarse los primeros relámpagos.
El mar tenía una agitación extraña; las olas se estrellaban
junto a los acantilados sin formar espuma.
Bordeando los acantilados había una estrecha senda que descendía desde
la región montañosa hacia el oeste y se iba a perder, rumbo al norte,
hacia la rocosa región costera. Algunos kilómetros más adelante,
junto a la desembocadura del río Sol, se encontraba el pueblo del Santuario,
Sol Ganneth, próspera comunidad portuaria, que aún se mantenía
independiente del Reino Unido.
Por el extremo del camino que salía de las montañas, apareció
un jinete. Detuvo el caballo al llegar al borde de los acantilados, deshizo el nudo
que ceñía su capucha de piel y aspiró profundamente. Se trataba
de una mujer de mediana edad.
Elián trepó a una alta peña, y trató de avistar alguna
luz a lo lejos. No logró ver nada, pero echó la culpa de ello a sus
ojos, que cada vez le fallaban más. Estaba segura de no haber errado el camino.
Hacía mucho que no cabalgaba así, totalmente sola, pero en tiempos
pasados había tenido un buen sentido de la orientación. El caballo
resopló y se resistió cuando ella montó de nuevo y le hizo reanudar
la marcha; estaba tan agotado y sudoroso como ella misma. Elián trató
de no hacer caso de sus tentaciones de acampar hasta la mañana siguiente.
Había llegado hacía dos semanas, en estricto secreto, al puerto de
Cyrddery; una breve pero efectiva visita política. Su gente se había
quedado ahí, dando los últimos toques a un arreglo militar de la resistencia
en los poblados costeros. Con algunas dificultades se las había arreglado
para dejar a su guardia personal emborrachándose en la última posada
conocida en el camino Noroeste; tenía ganas de hacer el resto del viaje sin
compañías que se interfirieran con sus pensamientos, con todo y que,
dada su posición, resultaba un tanto arriesgado. No iba desarmada: su viejo
arco y una aljaba llena de flechas le colgaban de la espalda, y llevaba dos dagas
enfundadas en el cinto; aunque viajaba por territorio de aliados, nunca se sabía
qué podría pasar. Llevaba ya dos días con sus noches casi sin
detenerse, y una cierta testarudez juvenil que había conservado su carácter
al paso del tiempo le aseguraba que podría soportar lo doble. Pero ahora que
su robusto caballo estaba al límite de su fuerza (y paciencia), y que el camino
cerca de los despeñaderos habría resultado demasiado peligroso de noche,
la marcha se había tenido que reducir del trote hasta un paso lento y renuente.
Elián se preguntó cuánto más tardaría en llegar
a su destino, que, consideraba, no debía estar ya muy distante.
La primera gota de lluvia cayó de lleno sobre su rostro. Elián reanudó
la marcha, mientras se perdía en sus pensamientos. Sentía una felicidad
exultante. Se echó a reír, pero apenas fue consciente del eco que despertó
su risa. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Diez años,
tal vez, o más? Como si importara eso ahora; ahora que, por fin, iba a encontrarse
con Aconor, a verlo y tocarlo.
Al despedirse, Aconor había prometido mantenerse en contacto tanto como le
fuera posible, y bien, en los primeros tres años de separación Elián
había recibido otras tantas cartas suyas, donde contaba trivialidades acerca
de su nueva vida como gobernador de esa comunidad aislada; después, aunque
Elián no había dejado de enviar mensajes, no hubo más respuesta
que un mensaje de Llwyr, muy breve y superficial, donde no se mencionaba siquiera
el nombre del otro amigo. A partir de entonces toda comunicación había
cesado.
Elián nunca se había preguntado por qué había retrasado
tanto el momento de aquel encuentro; en los últimos tiempos había dejado
de viajar casi por completo, aunque nunca había dejado de tomarse tiempo para
dirigir personalmente alguna campaña estratégica en contra de su viejo
enemigo, Erebus, el otrora todopoderoso conquistador de más allá del
mar. Con todo, en algunos ratos de ocio, cuando le daba por recordar los hechos pasados
que habían conducido a su actual situación, sentía nostalgia
por sus viejos amigos, y, aunque le pasaba por la cabeza la idea de hacerles una
visita inesperada, la rechazaba, ahogándola con las preocupaciones ordinarias
y diciéndose que otro día lo consideraría.
Nostalgia, eso era todo. ¿O tal vez había otro motivo? Elián
volvió a evocar la imagen de Aconor, y sintió que sus mejillas se encendían
como las de una adolescente.
- No tengo por qué mentirme - pensó, y volvió a reírse,
esta vez suavemente, mofándose de sí misma; y trató de hacer
a un lado esos tontos pensamientos de chiquilla.
* * *
Una adolescente... era apenas una adolescente cuando había conocido a Aconor
y eso otro joven que era su amigo de confianza, Llwyr. Había sido en una feria
de pueblo, en Pris Ail Talu, su lugar de origen. Huérfana desde muy temprana
edad, había sido adoptada por un extranjero, un hombre de la cercana isla
occidental Éirí Lann y a todas luces un soldado retirado. Aquel hombre
la había criado y educado como a una hija, y Elián no había
tenido que pasar privaciones hasta que su tutor fue asesinado por motivos oscuros,
cuando ella era era todavía una niña. Aunque tal pérdida representó
un fuerte golpe para ella, Elián no tardó en acostumbrarse a arreglárselas
sola, comiendo de donde le daban y durmiendo donde y cuando hubiera oportunidad.
Nunca consideró la idea de dejar su pueblo, pues los frecuentes festejos religiosos
le resultaban convenientes: se ganaba la vida exhibiendo su habilidad con el arco
(un trasto algo usado que su misterioso tutor le había enseñado a usar)
y haciendo malabares con dagas. Si los vecinos del lugar eran lo suficientemente
generosos al arrojarle sus monedas, los visitantes lo eran todavía más.
Considerando su situación, Elián tenía bastante suerte; comía
bien, aunque no con abundancia, y se las arreglaba para conseguir algún refugio
sin tener que prostituírse.
Había sido en la víspera de la fiesta que conmemoraba el final del
verano, un día especialmente afortunado. El lugar, en aquella ocasión,
había estado más que lleno de peregrinos que, además de reunirse
en conversaciones y meditación con los druidas locales, también buscaban
un poco de diversión, y aplaudían y dejaban montones de dinero a cualquiera
de los variados entretenimientos que personas como Elián solían presentar.
Elián había repetido su acto poco más de veinte veces a lo largo
del día, sin detenerse más que para tomar un respiro de cuando en cuando.
Muchas horas de tirar al blanco con frutas colocadas a cien pasos de distancia, bailar
y dar saltos mortales lanzando al aire los cuchillos y rozar con las dagas las ropas
de personas lo suficientemente atrevidas como para dejarse atar a un árbol
mientras ella practicaba su puntería. Al caer la tarde, la muchacha se sentía
cansada y hambrienta, y tenía las manos doloridas y sangrantes a causa de
muchos pequeños rasguños. El círculo de gente que había
presenciado el último acto se estaba dispersando, y Elián observó,
con bastante satisfacción, que la cantidad de dinero regado por el suelo era
mayor que la de sus otras funciones. Lo que había ganado aquel día
era demasiado como para pensar siquiera en ahorrarlo. Resultaría mucho más
que suficiente para festejar siquiera por un día, pagarse un tarro de leche
caliente y algo de carne seca, y dormir en alguna posada, si es que alguna tuviera
todavía cupo, en una cama de verdad. Elián, rápidamente, se
dedicó a juntar el fruto de su trabajo, y casi había terminado cuando
se encontró con una gastada bota de cuero pisando la moneda que pretendía
recoger. Su reacción inmediata fue, en ella, de lo más natural y espontánea:
levantarse y tirar un puñetazo al mentón del entrometido. Éste
le sujetó la muñeca a tiempo para detener el golpe, pero, al encararlo
Elián, la resistencia cesó repentinamente.
Era un muchacho no mayor que ella (que entonces tenía unos trece años),
pero mucho más alto, y de rasgos mucho más finos. Elián se habría
quedado sin aliento ante aquella apostura, pero no era el físico de su oponente
lo que la mantenía inmóvil, sino su mirada: ojos grises de reflejos
intensos, extraños; había algo en aquellos ojos que no podía
describirse, un brillo deslumbrante, que, de algún modo, parecía traspasar
el alma... El contacto de los labios del desconocido sobre su mano apresada hizo
que Elián volviera a la realidad, sin saber por qué, atrozmente asustada.
Pateó, e hizo con eso que el muchacho la soltara, pero cuando se disponía
a huir, se dio cuenta de que aún quedaban bastantes monedas regadas por el
piso. El chico aprovechó su vacilación para sujetarle los brazos, ella
chilló, y el forcejeo duró unos segundos más cuando una voz
aguda sonó a sus espaldas:
- ¡Oye, déjala en paz!
Al soltarla el joven, Elián se escurrió a un lado, aún no dispuesta
a abandonar su dinero. Quien había hablado era otro muchacho, que llegaba
cargado de paquetes y comenzaba a reprender al primero.
- ¿Qué diablos estabas haciendo?
- Oh, no, Llwyr. No es eso que estás pensando; para nada - se excusó
el joven de ojos grises, y el sonido de su voz, también agudo y algo desentonado,
hizo que Elián levantara la vista, y con asombro y cierta decepción,
contemplara que el hermoso muchacho de radiante mirada que la había impresionado
de forma tan incomprensible parecía haberse esfumado y que en su lugar se
encontraba un chico ordinario.
El llamado Llwyr, un jovencito también ordinario y algo flacucho, había
dejado sus bolsas en el piso y caminaba hacia ella con la mano extendida y una gran
sonrisa. Elián, huraña, no respondió a su saludo, pero el muchacho
le habló amistosamente.
- Disculpa todo esto - dijo, y añadió señalando al otro -. Sus
padres lo han malcriado mucho, y no cuida sus modales.¿Cómo te llamas?
- Elián - contestó ella, titubeante. El otro joven se adelantó
entonces hacia ella.
- Elián - le dijo-, tienes un nombre muy bonito... soy Aconor-ar-Dwaynaer.
Lamento haberte asustado, pero no es verdad que mis padres me han malcriado
- dijo esto mirando a Llwyr muy seriamente, pero sin rencor -; no, en serio, aunque
trataron de hacerlo, sabes, pero conseguí quitarme la venda de los ojos a
tiempo...
- Oh, no le hagas caso - replicó su compañero - Se la pasa diciendo
todo el tiempo que ya se quitó la venda de los ojos, pero nadie sabe nunca
de qué está hablando-. Al ver que ella retrocedía, incómoda,
le tendió una mano -. Ah, y por cierto, me llamo Llwyr-ar-Nyaral. Llwyr está
bien. ¿Tú no tienes nombre de familia?
Elián negó con la cabeza. Su nombre era, en realidad, el nombre de
su tutor, quien se lo había impuesto haciéndola olvidar el Daeowyn
o algo así que le había dado su propia madre. Nunca había sido
llamada de otra manera, y no le importaba.
El muchacho flaco hizo ademán de ayudarla a recoger su dinero, pero al ver
la expresión de su rostro prefirió hacerse a un lado. Encogiéndose
de hombros, fue a ocuparse de sus paquetes.
- ¿Quién te enseñó a tirar con el arco, Elián?
- preguntó Aconor, que no se había movido de su lado.
- Nadie, yo sola - mintió ella, sin ganas de meterse a dar explicaciones acerca
de su vida personal. El sol había terminado de ocultarse, y comenzaba a soplar
un vientecillo helado. Si quería conseguir un cuarto en la posada, tendría
que ser pronto.
- Eres muy buena.
- Gracias.
- No, es en serio. Creo que lo hiciste muy bien. Tendrías que haberla visto,
Llwyr - se dirigió al amigo que permanecía aparte -. Me hizo pensar
que... que podría ir con nosotros, ayudarnos. Formaríamos un grupo
estupendo, ¿no te parece?
- ¿Qué? ¿De dónde sacaste esa ocurrencia? Podríamos
meternos en problemas si...
- ¿Más problemas de los que ya tenemos?
- No te preocupa que nos pesquen, ¿verdad? Ten por seguro que tu padre ya
armó una partida de caza y te está buscando por todo el Reino Unido.
Nos va a hallar, eso es seguro. ¿Qué vamos a hacer si encima nos encuentra
con una chica?
- Pero la quiero con nosotros. Podría ser muy útil para el proyecto.
- No entiendes razones, ¿eh, Aconor?
- Tampoco tú.
Elián se apartó unos pasos mientras hablaban. Ya tenía todo
su dinero en la bolsa, pero no se había movido. Los dos jóvenes excitaban
su curiosidad. Y el hecho de que, obviamente, ella era el objeto de su discusión,
la hacía sentirse doblemente intrigada. En realidad no quería irse,
pero ahí estaba el hambre, y la noche que parecía ser bastante fría.
Elián tiritó y se arropó en sus andrajosas prendas masculinas,
y, con un suspiro, decidió por fin retirarse.
- No te vayas - la detuvo la voz estridente de Aconor.
- ¡Tengo mucha hambre...! - protestó ella.
- Entonces lo comentaremos cuando vayamos a cenar. ¿Cenas con nosotros, Elián?
- ¿En la posada?
- Oh, no, no en la posada, que alguien podría vernos y dar el soplo.
- ¿Por qué? ¿Te buscan? Mira, si...
- Es largo de contar. Si cenas con nosotros, te lo digo, ¿de acuerdo?
Parecía que Llwyr iba a replicar una vez más, pero, cuando se volvió
a mirar a Elián, levantó la vista al cielo con un suspiro y le sonrió
con simpatía.
- Sí, Elián, ven a cenar con nosotros - dijo a su vez. Si hubiera sido
un poco más temprano, hubiera podido notarse que tanto Aconor como su amigo
se habrían ruborizado al hacer la invitación.
Elián se dejó convencer, y aquella noche acampó con los dos
amigos en un claro del bosque que comenzaba a abrirse a las afueras de Pris Ail Talu.
Tras algunos minutos de recelo, comenzó a sentirse muy a gusto con los nuevos
compañeros. Los muchachos habían buscado en su equipaje, y le habían
regalado ropas casi nuevas que se veían muy finas; le habían prometido,
además, una cuerda nueva para su arco y una piedra para afilar las dagas.
Al calor de una fogata, mientras pinchaba la carne que humeaba sobre las brasas,
la joven escuchaba a Aconor.
- ¿Has oído hablar de un lugar que se llama Sol Ganneth? ¿Y
de Mor Arwainedd, el Santuario del Mar? Está lejos, hacia el oeste, en la
costa. De allá venimos Llwyr y yo. El padre de Llwyr es un miembro importante
de la nobleza, pero nada tiene que ver con el gran reino, y mi padre... bueno, mi
padre es quien gobierna Sol Ganneth.
- ¿Entonces... - a Elián le costó trabajo ocultar su sorpresa
- ... tu padre es gobernador? ¿Y tiene tanto dinero como el rey?
- No, en absoluto. No le pude sacar mucho al viejo.
- Aconor - Llwyr lo miró fijamente.
- Bueno, está bien. Es que él no obedece al rey.
Elián se enteró también de que Aconor y Llwyr habían
dejado voluntariamente su hogar, primero en busca de aventuras, dijo Aconor, luego
por otros motivos.
- ¿Cuáles motivos?
- Ah, me quité la venda de los ojos. Éso.
- Mmmmm...
- Quiero decir que vi como era el mundo de afuera, cómo vive la gente. Que
no todo está como debería ser, ¿sabes?
Elián estiró los brazos, hundió su cuchillo en un pedazo de
carne y se lo llevó a la boca. ¿Qué podía sacar en claro
de esa grandiosa conversación?
- Elián, ¿qué es lo que sabes del rey Erebus?
- Mmmm... no mucho. Que es el rey, nada más.
- ¿Sabías que es extranjero?
- Mmmm... creo que sí. ¿Y?
- En realidad es un advenedizo hijo de perra que llegó aquí a robarnos
y hacernos sus esclavos.
A Elián se le escapó una risita al oír los insultos, pero, al
ver que Aconor seguía llevando la conversación en serio, se tapó
la boca con las manos y trató de disculparse fingiendo interés.
- El rey Erebus - continuó Aconor - vino cuando eramos muy chicos; peleó
contra muchas de las tribus y se apoderó de casi todas nuestras tierras. Mató
a mucha gente.
- ¿Quién te dijo todo eso?
- El viejo - Aconor se detuvo y sonrió como para sí -. El viejo es
uno de los que resisten a Erebus, ¿sabes? Hasta hoy, no nos ha ido a molestar.
Creo que ni siquiera toma en cuenta a nuestra ciudad, y eso es ofensivo, pero muy
conveniente, sabes. El viejo dice que es porque el tipo no sabe nada del mar. La
primera vez que trató de llegar a las islas occidentales, se llevó
una buena sacudida. Sol Ganneth está bien; tenemos a mi viejo, y al mar.
- Bueno, entonces, ¿para qué se fueron?
-Verás... Llwyr y yo sólo queríamos divertirnos un poco, pero
las cosas son demasiado serias, por lo tanto uno tiene que ponerse serio también.
Le propuse que hiciéramos algo más que las aventuras... que tratáramos
de cambiar al mundo, de solucionar sus problemas. Que ayudáramos a la gente,
y que al mismo tiempo, nos procuráramos algo de dinero.
- Dinero, dinero, dinero - murmuró Llwyr -. Yo nada más quería
dar una vuelta por el mundo.
- Cada vez hay más jefes de guerreros que se han levantado en contra de Erebus
- continuó Aconor -, así que, ¿por qué no trabajar de
soldados de paga para ellos? Yo sé manejar una espada y un hacha, y Llwyr,
ya ves, estudió en Sol Ganneth con un mago, un mago de verdad, que decía
que tenía potencial, y dedos ágiles, y que era muy inteligente, y que
podría llegar a ser un mago fenomenal.
Elián miró asombrada al chico delgado. Este movió la cabeza
y se dispuso a responder, pero Aconor siguió hablando.
- Llwyr hace trucos de ilusión ahora, pero estudia por su cuenta, sabes, en
los libros y los papeles que le dio su maestro. También se la pasa escribiendo
cosas raras y registrando experimentos. Nunca me ha dejado verlos, y me gustaría
muchísimo saber qué clase de cosas hay en ellos -. A Elián,
que por entonces no sabía leer, este detalle no le interesó realmente.
- Mis planes, entonces, son éstos: la aventura y el dinero, y luego cambiar
al mundo. Cuando te vi tirar se me ocurrió que podrías unirte a nosotros,
y entonces formaríamos un buen equipo de batalla. Tú, con tu arco;
Llwyr, con su magia; y yo, con mi espada. Todos los líderes rebeldes van a
querer reclutar nuestros servicios.
Elián se encogió de hombros. Un recuerdo pasó por su cabeza
fugazmente; el de un hombre alto y amable que ponía en sus pequeñas
manos un arco, y que, firme pero delicadamente, la hacía tensarlo.
- Creo que mi viejo, en realidad, no quería verme invlucrado en todo esto
- dijo Aconor, esta vez en voz baja -. Siempre mencionaba a Erebus con odio en la
voz, y me decía todo lo que había hecho... pero al mismo tiempo quería
hacerme sentir como que todo estaba bien. Era como tener una venda en los ojos, sabes.
En realidad, me sentía más bien inútil en casa. Entonces Llwyr
y yo...
Aconor se quedó hablado un buen rato más, pero, como los temas empezaban
a desviarse del dinero y las aventuras, Elián dejó de prestarle atención.
Aún no había dicho que sí o que no a la propuesta de Aconor,
pero tenía la incómoda seguridad de que el joven ya daba por sentado
que consentiría.
Llwyr llevaba ya tiempo apartado de ellos, escudado tras un árbol, iluminándose
con una candela de sebo. Aconor le había explicado que era su hora de estudio
y que había que dejarlo en paz porque la magia era un asunto muy delicado
y que Llwyr tenía que arriesgar mucho de sí en cada fase de su autoeducación.
Elián, que no entendió ni se preocupó por hacerlo,lanzó
el cuchillo que había utilizado para comer en un arranque de tedio. El arma
se hundió con un ruido seco en la corteza del árbol, muy cerca de donde
debía estar la cabeza de Llwyr. Aconor estaba por dirigir a la joven alguna
frase de reproche, cuando oyeron gritar al aprendiz de mago. Elián, creyendo
haberlo herido, fue la primera en llegar junto a él. Llwyr estaba en el suelo,
retorciéndose y llorando de dolor. Apretaba una mano contra la otra, y un
arroyo de sangre se derramaba de los puños crispados. Aconor ayudó
a su amigo a incorporarse y lo estrechó entre sus brazos. Elián, sin
saber qué hacer, permaneció junto a ellos.
- No fui yo, ¿verdad? - preguntó débilmente. Los otros dos no
le hicieron caso. Elián, inmóvil, escuchó hablar al joven delgado.
- No puedo, Aconor, no puedo, no puedo - decía Llwyr, entre sollozos -. El
poder...Tuve el poder dentro de mí, y sentí que se quedaría,
pero no... Trabajé tanto hoy... no creo poder conseguirlo otra vez... Aconor...
la mano... no puedo moverla...
- Conozco un doctor en el pueblo - ofreció Elián -. Puedo ir por él...
puedo...
Aconor le dijo a señas que esperara, y separó con cuidado los dedos
de su amigo. En la palma de la mano izquierda había una extraña herida,
un largo corte rodeado de piel quemada, que no parecía haber sido hecho por
ningún objeto mundano. Aconor lanzó una rápida mirada a Elián,
pero ésta no supo cómo interpretarla. Se sentía confusa, tenía
deseos de pedir disculpas o algo así, pero de un cierto modo sintió
que todo ello, incluyéndola, estaba fuera de lugar.
- Trae un poco de agua, ¿quieres? - le susurró Aconor, y sin dejar
de abrazar a Llwyr, le habló suavemente, y le acarició los cabellos.
Cuando Elián regresó con el agua, Llwyr había perdido el conocimiento,
o se había quedado dormido, pues se había quedado inmóvil en
los brazos de Aconor. Estaba algo oscuro, pero a Elián le pareció que
Aconor se dirigía hacia ella. Sus ojos, que en realidad no la miraban, brillaron
otra vez con ese destello particular, fascinante y aterrador. Elián se estremeció,
pero ahora no tenía miedo. El amor tembló dentro de su mente como una
hoja otoñal; aunque no supo que era amor lo que percibía, pero sintió
unos deseos enormes de entrar a ese círculo de amor, de pertenecer a él,
de no estar sola, nunca más. Acercándose en silencio, puso una mano
sobre el hombro de Aconor; éste, como si saliera de un sueño, la miró
unos segundos, y después tomó el recipiente de agua de sus manos. Colocó
el brazo inerte de Llwyr en sus manos de la joven y comenzó a lavar delicadamente
la herida. Elián apenas lo razonó entonces, pero más tarde comprendió
que ése era el momento en el que había decidido que seguiría
a esos dos, a ese hombre, al fin del mundo, involucrara o no dinero y aventuras.
Por lo menos así era como recordaba la parte romántica del asunto.
La realidad, aunque Elián nunca se lo confesó, fue que a los seis días
de estancia en el bosque ya estaba harta de los monólogos de Aconor y las
crisis de frustración de Llwyr, le asustaba cualquier ruidito en la noche
y se había cansado de comer únicamente carne. Una vez que Llwyr hubo
sanado, Aconor dijo que era la hora de comenzar con algún tipo de entrenamiento
militar. Elián no necesitaba que la enseñaran a tirar, pero no sabía
defenderse con espada, ni usar sus cuchillos en un combate cuerpo a cuerpo. Aconor,
que, según le había contado, tenía un maestro de armas estricto,
había criticado con rudeza esas carencias, y con frecuencia se exasperaba
ante lo que llamaba "su ineptitud". Cuando trataba de enseñarle
a pelear con garrochas, le propinaba golpes muy reales y muy dolorosos. Elián
no se quejaba, pero no se quedaba callada ante las reprimendas de Aconor, sino que
respondía con algún insulto improvisado. Cuando tenía que llorar,
lo hacía a solas, escondiéndose en el bosque. Ella y Aconor pasaban
buena parte del tiempo que se dedicaba al ejercicio disgustados el uno con el otro,
aunque fuera de ello su relación era cordial y casi íntima. Con el
tiempo, Elián llegó a adquirir cierta práctica en la lucha con
garrocha, pero fue eso fue todo. Algunos años después, en el sitio
al castillo del jefe Ffonydd de Brynn Aur, un importante enemigo del Reino Unido
y su señor por un prolongado período de tiempo, Aconor había
insistido en que permaneciera en las almenas, porque no quería arriesgar su
vida, según él, y porque seguramente sería más útil
en ese puesto. Llwyr y él se habían quedado a campo abierto.
Mientras Elián conducía al caballo por el borde de los acantilados
y bajo la llovizna, sus recuerdos vagaban todavía por el difícil primer
año de aventuras, ése año en el que había aprendido a
sobrevivir, madurado, encontrándose al final convertida en otra persona. Era
ya casi tan alta como Aconor, y estaba a punto de superar a Llwyr. Su cuerpo delgado
se había llenado de músculos. Su carácter tozudo se había
suavizado un tanto. Había aprendido a querer a Aconor y a Llwyr con un franco
afecto de camaradería. En broma al principio, después con terrible
seriedad, ella comenzó a llamar “querido” a ambos y ellos, a su vez, se dirigían
a ella como “querida”. Ellos también habían cambiado. Aconor hablaba
un poco menos, y su voz se había hecho más grave. Llwyr había
aprendido a controlar sus emociones, y a medida que adquiría ese dominio también
aumentaba su poder sobre la magia. Los tres se sentían aún inexpertos,
pero el hecho de que se lo confesaran les dejaba saber qué ya estaban listos
para tomar alguna responsabilidad real. Las cosas estaban difíciles entre
las diferentes comunidades que se resistían a anexarse al Reino Unido, así
que un mercenario era bienvenido en casi cualquier ejército. Las primeras
veces, tal y como lo habían previsto los compañeros, Elián había
tenido que hacerse pasar por hombre. Más tarde, cuando Ffonydd de Brynn Aur
descubrió las cualidades del trío, tal necesidad desapareció
por completo, y los tres muchachos tuvieron en él a un protector y amigo de
por vida, además de un jefe, él único a quien se consideraba
un rival comparable a Erebus el extranjero.
* * *
Estaba amaneciendo. Elián se encaramó sobre
la silla, entrecerró los ojos y trató de enfocar algo en el horizonte
que al principio tomó por la luz del cercano Sol Ganneth. Su visión
era ya muy borrosa; sin embargo, alcanzó a ver que el origen del destello
no estaba en la costa, sino en el mar, dentro del mar. No era un luz común
y corriente. Parpadeaba unos segundos, desaparecía y después brillaba
otra vez.
- El Santuario - pensó Elián. Había escuchado muchas leyendas
acerca de ese lugar sobrenatural, Mor Arwainedd, donde, se decía, acudían
los dioses del mar durante la borrasca y hablaban con sus siervos, la gente del mar,
transmitiéndoles mensajes para sus aliados humanos. El que sus compañeros
de toda la vida, Aconor y Llwyr, hubiesen pasado su infancia cerca de ese lugar de
extraño misticismo todavía se le antojaba irreal. No era mucho lo que
sabía de Mor Arwainedd, porque, aunque sus amigos solían hablar mucho
del Santuario, sólo era para contarse historias de suspenso a la medianoche.
Una de ellas, la referente a un monstruo-deidad llamado Hyd Crawrth, la había
impresionado especialmente, y había sido la causa de muchas pesadillas en
aquellos tiempos en los que tenía que dormir en el puesto, con el ruido de
la batalla resonándole en los oídos. Aquellas noches cuando se había
despertado gritando, y Llwyr, que de ordinario se encontraba a su lado (Aconor casi
siempre estaba montando guardia o participando en la lucha), tenía que tranquilizarla.
El Hyd Crawrth, como lo había descrito Aconor, era “algo así como un
miedo sin apariencia definitiva, una cosa que oscurecía las aguas a su alrededor,
y que, según la leyenda, tenía un único ojo dorado, distinguible
en medio de la negrura en la que se envolvían sus inimaginables formas, en
las cuales sólo de vez en cuando era posible ver vagas siluetas de tentáculos”.
La primera noche en la que hablaron del Hyd Crawrth fue aquella cuando, sitiados
con una parte del ejército de Ffonydd, en un pequeño emplazamiento
cuyo nombre había ya olvidado, observaban nerviosos desde el fuerte cada movimiento
en un pastizal cercano. La luz de la luna llena iluminaba un reciente campo de batalla.
Nadie confiaba en su suerte, nadie sabía si podría vivir otro día.
Aconor había propuesto entonces contar una historia para calmar los nervios,
pero, y Elián se preguntaba a menudo si no lo habría hecho a propósito,
el efecto de su narración había sido precisamente lo contrario.
Elián recordaba la ahora grave y baja voz de Aconor, subiendo y bajando de
volumen a medida que el relato se hacía más perturbador, y recordaba
a Llwyr, que acompañaba la historia haciendo ilusionismo sobre dos mantas
donde se movían pequeñas imágenes que parecían fantasmas.
- La presencia del mal - decía Aconor -, tan cerca de nuestro pueblo...
El Hyd Crawrth, su antiguo y maligno poder de destrucción, su odio terrible
por todo lo terrestre, su enorme fuerza que levantaba olas del tamaño de una
montaña y hundía pueblos enteros. Y al final, la aparición de
un viejo héroe que, valiéndose de algún medio mágico,
había conseguido herirlo y enviarlo de regreso a sus tenebrosas profundidades,
donde permanecía, esperando una oportunidad para regresar.
- Ah, pero no volverá - concluía Aconor -. Los poderes secretos del
Santuario lo tienen a raya. Aunque quién sabe, podría suceder que algún
día...
Aconor y Llwyr le tenían una fascinación casi morbosa a la historia,
pero Elián la detestaba, y tan sólo tratar de imaginarse a la cosa
le atacaba los nervios. Aconor y Llwyr no se mantuvieron al margen de ese miedo,
y algunas veces lo utilizaron como elemento de bromas de pésimo gusto, arriesgándose
conscientemente a recibir un rodillazo en la entrepierna. Elián nunca supo
el por qué de su fobia, y ellos no se preocuparon por averiguarlo.
Cuando Elián se quitó de encima esos más bien desagradables
recuerdos, miró hacia el cielo e hizo un cálculo de tiempo. El sol
estaba por salir. ¿Dónde se encontraba el pueblo del Santuario? Elián
comenzó a pensar que quizás habría errado el camino, y que el
viaje podría prolongarse por lo menos otro medio día. No había
otra posibilidad. Nunca había estado en Sol Ganneth, pero había visto
mapas en Cyrddery, y estaba segura de haberlos seguido al pie de la letra. Elián
lanzó un suspiro, bajó del casi renqueante caballo y se retiró
del camino, buscando algún lugar a salvo del sol para dormir unas cuantas
horas antes de seguir.
* * *
Al anochecer de ese mismo día, Elián había
llegado a Sol Ganneth.
Sol Ganneth era una gran ciudad rodeada por altas murallas de piedra sobre las cuales
alcanzaban a verse las cúpulas de los edificios más altos. La parte
que daba al mar era amplia; los acantilados que seguían la línea costera
bajaban hacia una bahía, no muy grande, donde se encontraban los embarcaderos,
y el resto, donde se suponía estaba el Santuario, era una larga playa que
daba al mar abierto. La cercanía del mar alcanzaba a sentirse desde cierta
distancia; una brisa de aroma peculiar que refrescaba el aire.
Elián se dio cuenta inmediatamente que la muralla que rodeaba la ciudad era
de construcción reciente, y se sorprendió mucho al ver que la única
entrada visible a la ciudad estaba custodiada; Sol Ganneth había sido hasta
entonces, por costumbre, una comunidad pacífica. Quizás, se le ocurrió,
ya hubieran sufrido alguna amenaza por parte del Reino Unido; el viejo Erebus seguía
con sus tozudeces.
La mujer se detuvo cuando uno de los guardias le dio el alto y le preguntó
su nombre y su propósito.
- Me llamo Elián-obh-Finnela - respondió -. Busco a tu señor.
El guardia murmuró algo y ladeó la cabeza. Creyendo que no la había
oído bien, Elián repitió:
- Quiero ver a tu señor, Aconor-ar-Dwaynaer. Soy Elián-obh- Finnela.
De seguro que él sabe de mí.
Los dos guardias se le quedaron viendo con evidente asombro, y uno de ellos hizo
un saludo muy ceremonioso antes de retirarse. Elián se sintió complacida
al darse cuenta de que su nombre no les era desconocido (el "Finnela" se
lo había puesto en honor a cierta vieja amiga, como suplemento al ausente
nombre de familia); así que, después de todo, su persona contaba con
cierta fama.
Tenía las ropas empapadas de una lluvia reciente, y estaba muy cansada, pero,
extrañamente, no se sentía nerviosa. Esperaba el encuentro con calma,
tenía perfectamente dominadas sus ansias y su impaciencia. Su propia frialdad
le sorprendía; la misma frialdad con la que había apuntado con pulso
firme hacia el cuerpo de los soldados enemigos, la misma con la que había
vencido su horror hacia la muerte. Una cualidad que Aconor no había dejado
de admirarle.
No la hicieron esperar. A los pocos minutos regresó el guardia, acompañado
de un hombre vestido con una elegante túnica. Elián lanzó un
grito de júbilo al reconocerlo y se lanzó a los brazos del recién
llegado: estaba mucho más delgado, y su largo cabello castaño tenía
ya algunas canas, pero era el mismo de siempre, el viejo compañero Llwyr.
- ¡Querido! - gritó - ¡Los dioses me ayuden, no has cambiado en
lo más mínimo! - Tan contenta se encontraba Elián, que no se
dio cuenta de que Llwyr no respondía a sus exclamaciones -. ¡Los he
extrañado tanto, a los dos! ¿Dónde está Aconor? ¿Por
qué no...?
Llwyr la tomó del brazo con cierta brusquedad, interrumpiendo el torrente
de palabras. Pidiendo a señas que guardara silencio, la hizo entrar en la
ciudad. Elián, desconcertada, se apresuró a bajar el volumen de su
voz.
- ¿Qué es, Llwyr? ¿Qué anda mal? - preguntó.
- Elián - respondió éste, levantando la vista, y cuando uno
de los faroles de la calle le iluminó el rostro, Elián pudo ver claramente
su cara, contraída por una extrema tensión.
- ¿Y Aconor? - repitió, en un murmullo.
- Ha muerto - respondió Llwyr, con la voz ahogada, y abrazó fuertemente
a su amiga -. Lo siento, Elián - balbuceó -, lo siento tanto...
* * *
Unos minutos más tarde, Elián se había
tranquilizado un poco, aunque las lágrimas continuaban surcando sus mejillas.
Seguía ausentemente a Llwyr por los pasillos de la casa del gobernador. Tenía
la mirada vidriosa y distante, y no había dicho una sola palabra, ni había
probado el vino que le había ofrecido el mago.
- Seguramente estarás muy cansada, y hambrienta; ¿te apetece tomar
algo? - le preguntó cortésmente Llwyr.
Hasta entonces ella levantó la vista y trató de sonreír.
- Sí - contestó -. Tengo mucha hambre.
- Bien - Llwyr devolvió la sonrisa y rodeó con el brazo los hombros
de Elián.
Se sentaron juntos en una mesa enorme, y algunos criados de rostros graves les sirvieron
sopa y pan. Elián apenas probó nada. Al cabo de un rato de silencio,
se dirigió a Llwyr, mirándolo fijamente.
- Cuéntame cómo ocurrió - dijo, con voz serena. Llwyr desvió
la mirada y movió la cabeza -. No, ya estoy bien - insistió la mujer
-. Quiero saberlo. ¿Hace cuánto...?
- Unas tres semanas - respondió Llwyr, con renuencia.
- No puede ser... ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó Elián
estoicamente.
El mago apartó la vista de ella.
- El mar... - titubeó -. Creemos que se ahogó.
- ¿Que se ahogó?
Llwyr pasó saliva, y continuó hablando después de algunos titubeos.
- No, yo tampoco lo hubiera creído. Pero sé que... Mira, Elián.
El mar. Hace un año más o menos que empezaron los cambios. La gente
del Santuario...
Un saludo interrumpió la plática. Elián frunció el ceño,
sorprendida, y Llwyr se volvió, sin ocultar del todo su disgusto, a dar la
bienvenida a la recién llegada. Se trataba de una jovencita, casi una niña,
de una belleza sólo desvirtuada por su extrema palidez y las solemnes vestiduras
con las que estaba ataviada, que lucían ridículas en un cuerpo tan
joven.
- Elián - Llwyr inició la presentación -, ella es Roda, la...
la esposa de Aconor. ¿Te acuerdas de Elián-obh-Finnela, Roda?
- ¿Su esposa? Oh... - Llwyr, al notar la expresión a punto de formarse
en el rostro de Elián, le dirigió una urgente mirada. La boca de Elián
se torció en una sonrisa irónica al tomar la mano de la jovencita y
saludar a su vez. Oh, en verdad era una hermosa muchacha, pensó. Como nunca
lo había sido ella. Así que Aconor, después de todo, tenía
buen gusto.
- Ah, sí, Elián la gran guerrera - dijo la niña; tenía
una voz aguda, lenta y monótona -. Mi esposo me hablaba mucho de usted, señora
Elián. Me contaba mucho de cuando combatían juntos ustedes dos y el
señor Llwyr. Me platicaba de todas las batallas, y todas las guerras, y todo...
Ah, sí, pensó Elián, mucho y mucho que te habrá
contado; después de todo, nunca pudo conservar la boca cerrada. ¿Qué
te habrá podido contar de mí?
- Me decía que sentía un afecto muy especial por usted - añadió
Roda, sin dejar de observar a Elián como si se tratara de una antigua reliquia.
- Oh, sí - respondió Elián en voz muy alta -. Nos queríamos
como hermanos, ¿verdad, Llwyr?
Llwyr, turbadísimo, se limitó a asentir, pero miró a Elián
por el rabillo del ojo, una desesperada súplica de discreción. A Elián
le divirtió cruelmente todo el asunto. ¿Por qué se preocupaba
tanto Llwyr? No iba a a ponerse a asustar a esa niñita con historias escabrosas.
No pretendía horrorizarla. ¿Había acaso motivo de escándalo?
En los viejos tiempos de campaña, Elián se acostaba con Aconor, pero
también con Llwyr. Acostumbraban dormir los tres juntos, abrazados. A ninguno
le molestaba la situación; de hecho, la encontraban totalmente normal, pues
eran compañeros, más aún, eran amigos, y estaban acostumbrados
a compartirlo todo: la comida, la ropa, el botín, los cuerpos, las mentes.
Había sido idea de Aconor: cada uno se ocuparía de satisfacer las necesidades
de los otros. Cualquier clase de necesidades. Y dado que a lo largo de los años,
las experiencias compartidas habían estrechado profundamente los lazos de
amistad que unían a los tres compañeros, no era una tarea difícil.
Sí, se querían tanto. ¿Había algo malo en ello? Pero
la mente de Elián, divagando sobre tales asuntos, fue a detenerse sobre un
recuerdo nítido, de un día determinado.
Acababan de ganar una importante batalla, una de las últimas en la liberación
de la vasta región de Aur. Aunque todavía era un mercenario, a Aconor
se le había encomendado, por primera vez, la dirección de un grupo
de rechazo. El jefe Ffonydd estaba bastante complacido con el equipo que hacían
los tres amigos. Pero, en aquella ocasión, Llwyr y Elián se habían
quedado en las trincheras, donde, agotada la reserva de proyectiles, esperaban con
nerviosismo el resultado de la batalla.
Elián había trabajado duro aquel día. Había perdido la
cuenta de las flechas que había lanzado a la avanzada del ejército
de Erebus, pero se había cuidado de no desperdiciar una sola. Hacía
rato que las tropas del rey se habían replegado, y las de Ffonydd habían
iniciado la persecución. Ya no se escuchaban sonidos de batalla. De pronto,
alguno de los vigías anunció el regreso de los compañeros, y
Elián, exhausta como estaba, trepó sobre la trinchera y salió
al campo.
No le costó trabajo distinguir al hombre cubierto de sangre que acababa de
desmontar y se dirigía, tambaleándose, hacia ella. Corrió hacia
él, llamado a gritos a Llwyr, y Aconor, en el momento en que ella lo sostenía,
se aferró a sus hombros y le plantó un rápido beso en los labios.
Ella respondió con un gruñido.
- ¿Qué sucede, querida? - murmuró él.
- “¿Qué sucede, querida?” - repitió ella, zumbonamente -. ¿No
te das cuénta de cómo estás? Y además ahorita no tengo
ganas.
- ¿Ganas...?
- Ya sabes a qué me refiero - respondió ella, y parafraseó a
Aconor -. Siempre que me besas, es porque quieres satisfacción de necesidades.
- ¿O de deseos?
Elián estuvo a punto de dejarlo caer. ¿Deseos? Ahí estaba
él, con sus ojos extraños. ¿Había algo diferente en la
forma como la miraba? ¿Qué había querido decir con "deseos"?
Oportunamente, Llwyr se presentó, y con ello la conversación quedó
inconclusa.
Las heridas de Aconor no eran de gravedad; al día siguiente se puso de pie;
y participó junto con el resto de los soldados en los festejos de la victoria.
Elián, turbada por un sentimiento, que no comprendía se sentó
aparte de los gritos y las canciones. Llwyr se acercó a ella, y le ofreció
algo de beber. Ella tomó un sorbo, y dejó el recipiente a un lado,
pensativa. Llwyr, títubeando, tomó su cara entre sus manos y la besó
largamente en los labios. Elián cortó el beso con un suspiro, y apartó
la cara.
- No, Llwyr - dijo en voz baja -. Ahora no, ¿quieres? Discúlpame...
Llwyr se ruborizó intensamente.
- No, discúlpame tú - tartamudeó -. Está bien, no te
preocupes. Te veo después - y se alejó. A Elián le alegró
que la dejara sola. Se disponía a sumirse de nuevo en sus pensamientos, cuando
sintió que una mano se posaba sobre la suya. Aconor no la besó. Tampoco,
como era su costumbre, le dijo un discurso preliminar. Ella se levantó, lo
siguió a un lugar apartado entre los arbustos e hicieron el amor por primera
vez. Elián no hubiera podido explicarse cómo, pero era así como
lo entendía. No era como en las otras ocasiones. No, había algo más.
Desde entonces, Aconor y Elián se convirtieron en amantes. Ella nunca supo
si Llwyr se había dado cuenta de lo ocurrido aquella noche, pero ya fuera
porque así había sido o porque el ya experto mago era también
un hombre inteligente y de gran discreción, el hecho es que Llwyr no hizo
ninguna pregunta y no volvió a reclamar su parte en la "satisfacción
de necesidades".
Roda, tímidamente, intentaba sacar conversación. Elián la consideró
casi con simpatía. ¿Qué era lo que había empujado a Aconor
a casarse con una muchachita tan simplona? ¿Necesidades o deseos? ¿Una
mezcla de las dos cosas?
Ah, no, jovencita, pensó, seguramente no lo conociste del modo en
que lo conocí yo. Nunca te fijaste en sus ojos. Sus ojos reales, los que yo
veía. Sus ojos de héroe verdadero.
-... mañana te llevaré al Santuario. Me gustaría que lo conocieras.
Porque hoy estás muy cansada, y quieres irte a tus habitaciones ya,
¿no es cierto? - estaba diciendo el mago. Elián, perfectamente consciente
de sus intenciones, le dirigió una sonrisa amplia, desafiante, pero al cabo
de un momento condescendió. - Sí, querido - dijo -. Mañana hablamos.
Mientras se dirigía con Llwyr al dormitorio que le habían preparado,
preguntó:
- Me equivoco, quizás, pero me parece que la jovencita y tú no se llevan
muy bien, ¿verdad?
- Comprendes el por qué - masculló Llwyr -. Pero eso no es todo. No
ha dejado de entrometerse desde que entró al castillo.Su curiosidad es insaciable,
y me temo que también inútil. Ya ves, no puedo hablar como es debido
delante de ella. Hay cosas que no entiende.
- Por ejemplo, que yo era su mujer-. Elián soltó una carcajada casi
histérica, que se le ahogó de golpe en la garganta -. No seas tan injusto
con ella, Llwyr. Creo que sí entendería.¿Alguna vez se lo dijiste?
¿Le dijiste que yo era su mujer? - continuó, con evidentes esfuerzos
por contener el llanto.
- Querida - dijo él -. Querida, tranquila. No te preocupes.
Llwyr cerró la puerta del cuarto y estrechó a Elián entre sus
brazos. Suavemente, lloraron los dos. Mezclaron lágrimas, dolor, y sólo
algunas palabras de consuelo. Después de algunos minutos, se despidieron.
Pero Elián no durmió. Se quedó sentada junto al balcón
de su cuarto, contemplando, sin pensar, el ir y venir de las olas.
* * *
- Ahí está. ¿Ves lo que te digo?
Elián entrecerró los ojos.
- No, no veo nada.
- Ahí, el Santuario. Fíjate bien.
- ¿Ése es el Santuario?
A unos veinte metros de la orilla, al retirarse el agua, comenzaban a verse los bordes
de una construcción sumergida: un techo inclinado y los capiteles de las columnas
que lo sostenían. Constantemente lavada por las olas, la piedra brillaba,
pero los delicados adornos tallados en la cornisa se veían desgastados.
- No hay mucha arena de esta parte - explicaba Llwyr -. Toda la playa da al mar abierto,
salvo la bahía, que es bastante profunda. Las tormentas han deteriorado últimamente
los muelles, no hay un sólo embarcadero que resulte seguro. Nuestros barcos
no son buenos en un mar así. Nos confiamos al viento. Cada vez resulta más
peligroso salir al mar.
- ¿Qué pasó con el Santuario?
- Alcanzas a ver el techo, ¿verdad? - Elián asintió -. Bien,
hasta hace algunas temporadas, todo el templo sobresalía del agua. El templo
está edificado sobre el Santuario, en los arrecifes submarinos que comienzan
en la zona donde la arena se acaba. Para llegar allí, había que botar
una lancha. Nuestros clérigos celebraban ahí sus ritos, y se reunían
con la gente del mar. El nivel del mar ha ido subiendo hasta cubrirlo todo: el templo,
el puerto...
- ¿Será posible..?
Llwyr asintió bruscamente.
- ¡Oh, sí, sí, y ojalá los dioses me dejaran comprender
el por qué! Hace un año, Elián, comenzaron los cambios. El nivel
del agua subió, casi de la noche a la mañana; primero cubrió
el templo, después, los muelles, y ha seguido avanzando. Las borrascas se
hicieron más frecuentes, y nuestro puerto quedó aislado de ciertos
puntos comerciales importantes del otro lado del mar. ¿La pesca? Se ha terminado;
somos afortunados en las ocasiones que sacamos algunos mariscos en la orilla. La
tierra no es buena, los cultivos no son suficientes, y no se tiene mucho éxito
con la cría de ganado. La comida ha comenzado a escasear - Llwyr hizo una
pausa, dirigió una mirada a su aldea y continuó -. Y además,
está el Reino Unido. Unos años antes de que muriera el padre de Aconor,
parecieron darse cuenta de nuestra existencia y comenzaron a ponernos presiones.
Pensaban que, una vez fallecido el antiguo gobernador, les sería fácil
convencernos de que nos anexáramos; saben que no somos un pueblo de guerreros.
Pero Aconor ya estaba aquí para entonces; se sentía listo para tomar
el poder, y la gente lo conocía, tú sabes, su papel de jefe nato, popular,
carismático, fundador de un ejército...
Mercenario, con ojos de semidiós, pensó Elián. Y fanático
de sus propias ideas. La gente lo seguía por eso. Y, los dioses me ayuden,
también yo.
- Recuerdas qué testarudo era, ¿verdad? Maldito sea, nunca se hubiera
dejado intimidar. Se rió en la cara de los enviados del rey. Dijo que le importaba
poco cortar el lazo comercial con las tierras de Lloigar, que nos bastábamos
solos para comer. Pero que ellos seguramente no podrían estar sin nuestra
sal. Clásico manejo suyo de la diplomacia, pero con él no había
remedio. ¿Cómo íbamos a adivinar lo que ocurriría después?
"Y aunque lo hubiéramos sabido, Aconor nunca hubiera cedido, jamás
hubiera pagado el precio de nuestra libertad. Siempre hemos sido independientes,
y no podríamos vivir de otra manera, trabajando para otros, pagando impuestos.
Erebus debió darse cuenta de que Sol Ganneth seguiría únicamente
a su gobernador, porque así lo ha hecho siempre por tradición y porque
ese gobernador era Aconor. Y él sabía de sobra que Aconor no
era un asunto fácil. Lo del cierre del comercio no fue tan malo... pero, como
te dije, fue el mar el que empeoró las cosas. Las tormentas se hicieron tan
frecuentes que los barcos de las islas próximas dejaron de venir por estos
rumbos. Luego ocurrió lo de Aconor. ¡Todo eso, en un año!
Llwyr se dio la vuelta, encarando al mar. Elián sintió que no era el
momento más adecuado para preguntar, pero, con todo, tenía que saber.
Posó una mano en el hombro de su amigo.
- ¿Qué le pasó a Aconor?
Llwyr suspiró largamente y se pasó la mano por la frente.
- Se ahogó, eso es lo que te dirá la gente - dijo con lentitud -, si
les preguntas. Eso es lo que te dirá Roda. Yo también te dije eso,
¿verdad? Sí, hasta yo mismo quisiera tragármelo.
La voz de Llwyr estaba cargada de tensión, de ira contenida. Sus ojos brillaban.
Elián lo miró, alarmada.
- Fui yo - estalló por fin Llwyr -. Fue mi culpa. Aconor nunca dudó
de mí. ¿Por qué no lo hizo en esa ocasión? ¿Por
qué no está ya con nosotros? No se qué hacer, Elián.
Lo necesito. Mi gente lo necesita.
Elián sostuvo al mago, haciendo al mismo tiempo un supremo esfuerzo por mantenerse
serena. Llwyr respiró hondo algunos minutos, y al cabo, pareció haber
recobrado la calma.
- ¿Quieres contarme? - le susurró Elián, suavemente. Llwyr asintió
y se aclaró la garganta.
- Mira... - prosiguió, titubeando -, el Santuario... como te dije, está
bajo el templo. Es mucho más grande de lo que todo el mundo se imagina. Bajo
el templo hay cuatro niveles más, todos excavados, creo, en la piedra del
arrecife.
- ¿Todo eso bajo el agua? No me lo imagino...
- Sí. Bueno... la gente del mar, los que comparten nuestros dioses, viven...
vivían... en estos pisos inferiores. Es en verdad sorprendente: hay ventanas
que atrapan la luz solar, salas amplias, pasillos, todos construídos de la
roca y el coral. La piedra del Santuario tiene cierto brillo propio. Hay pocos lugares
totalmente oscuros. Y hay lugares secos, pero no tengo idea de dónde llega
el aire que los llena, y crecen algunas plantas. Es lo que conozco.
- ¿Me estás diciendo que tú... qué tú has visto
todo eso?
- Bueno, sólo he bajado a los dos niveles superiores. De alguna manera, la
profundidad no te mata cuando estás dentro. Supongo que es la concentración
de magia de este lugar. A veces, en la noche, se ven luces flotando sobre la superficie.
- Sí, cuando me aproximaba al pueblo pude verlas. Me imaginé... pero
acabas de decirme que bajaste al Santuario. ¿Qué fue lo que hiciste?
- Bueno... - el rostro de Llwyr se ensombreció -. Pasé algún
tiempo estudiando... viejos textos que me proporcionaron en el pueblo, y algunos
que me trajo la gente del mar. Tendrías que verlos, Elián; no son nada
parecidos a los que hallé en Eirí Lann, ¿te acuerdas?. Los rollos
son más pequeños, y el pergamino muy delgado, y no se daña con
la humedad. Bueno; quería saber de la magia de aquí. Pero casi todo
el material que conseguí era cosa de leyenda, nada en concreto. Una de esas
leyendas ya la conoces. Te acuerdas de cuando éramos jóvenes y platicábamos
de... del... - Llwyr se interrumpió, y desvió la mirada. Elián
frunció el ceño; sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo,
y, aunque lo tomó como una cosa sin importancia, le sorprendió tanta
seriedad ante lo que en tiempos pasados era cosa de broma.
- Bueno - continuó Llwyr -. Al cabo de un tiempo, conseguí uno de mis
propósitos... di con la fórmula... un hechizo complementado con una
especie de mixtura de... bueno, que hacía que uno pudiera respirar bajo el
agua por un período de tiempo. Lo probé muchas veces, primero con la
cabeza metida en una cubeta... - esbozó una triste sonrisa -, no siempre tuve
suerte, ¿sabes? Aconor creyó que me estaba volviendo loco. Bueno, después
traté en el mar, y, una vez que me sentí seguro me adentré en
Mor Arwainedd.
- Tan listo como siempre - lo halagó Elián, palmeándole amistosamente
la espalda.
- No, no - respondió Llwyr, estremeciéndose -. Que los dioses me perdonen
haberlo hecho... Aconor dijo que quería probar el hechizo, pero no lo permití
hasta que estuve seguro de que no habría posibilidad de error. Bajamos los
dos. Al principio era por puro entretenimiento; después... bueno, cuando la
gente del mar...
- Eh, eh, espera, Llwyr. ¿Es fácil que uno de aquí se encuentre
con la gente del mar?
- Sí... no, ya no. Antes era diferente, el trato era cordial, y ellos vivían
muy bien, pero de un tiempo a la fecha comenzaron a tener miedo. Nos dijeron que
el mar se había enojado con ellos y con nosotros; que algo maligno se había
apoderado de las profundidades. Al parecer, no sabían más.
Elián, al oír esto, pensó inmediatamente en sus pesadillas de
la adolescencia. Su cuerpo se sacudió con un temblor involuntario.
- Sí - continuó Llwyr -, nadie se atrevía a bajar a los niveles
más profundos del Santuario. La gente del mar comenzó a irse de Mor
Arwainedd. Algunos abandonaron la costa, otros se vinieron a Sol Ganneth; un detalle
suyo que aún no alcanzo a comprender es que, de alguna forma, son capaces
de abandonar su... naturaleza marina, llamémosla así, y convertirse
en seres humanos. No son muy diferentes de nosotros. Bien, todo eso ocurrió
poco antes de que nos diéramos cuenta de que la marea subía demasiado,
y no volvía a bajar. Aconor quería saber... a toda costa, quería
saber el origen de todo aquello, y un día me pidió que... que tratara
de ver en las profundidades.
Las dotes de clarividencia de Llwyr, enlazadas estrechamente con su vocación
de mago, no eran un secreto para Elián; ya en el pasado les habían
resultado muy útiles. Lo extraño de esta vez era que Llwyr nunca había
hablado abiertamente de ellas y que parecía asustado, asustado en realidad.
- Lo hice - Llwyr respiró profundamente -, y pude sentir... no vi nada, pero
sentí.. había algo muy malo, realmente malo... que me congelaba el
pensamiento, me paralizaba. En lo más hondo, había algo que me bloqueaba...
no pude ser capaz de saber qué era. Sólo supe que si continuaba, si
me esforzaba más... - Llwyr se puso una mano en la frente - ...era casi una
amenaza específica. Casi como si me estuviera diciendo “no te acerques más”.
No me atreví a repetir la experiencia. Le conté a Aconor mis impresiones.
Él se impacientó. Dijo que no iba a quedarse quieto mientras nuestra
gente las pasaba mal. Me pidió que reforzara el hechizo para respirar bajo
el agua, que hiciera algo que alargara el efecto. Me opuse a su plan, aunque supe
desde un principio que no había nada que pudiera hacerse. Estaba decidido...
y yo tenía que quedarme afuera para sostener el hechizo.
Lo atolondrado no le quitó lo valiente, pensó Elián.
O quizás sería mejor decirlo al revés.
- Venimos aquí un atardecer - continuó Llwyr - . Me sentía bien.
Realicé el hechizo. Yo... estaba preparado para mantenerlo, si era necesario,
varios días. Aconor se sumergió en el templo. Al principio, lo hice
bien, todo iba bien. Después, unas dos horas después, o más,
esa cosa, la malignidad... No sé, no recuerdo qué fue lo que me pasó
por la cabeza. Me resistí, todo lo que me fue posible... pero pudo conmigo.
Rompió mi concentración. Por un tiempo, no podría decir cuánto,
tuve la mente en blanco. Y cuando traté de reanudar el hechizo, Aconor ya
estaba fuera de mi alcance. No pude hallarlo. Él... no sé si se ahogó.
Pero estoy seguro de que aquella cosa... ese mal, ese horror... Quisiera dejar de
pensar en lo que pudo haber pasado, en lo que debió de sufrir... pero sueño
con ello. No puedo quitármelo de la cabeza - Llwyr suspiró, y se pasó
la mano por los cabellos, un gesto común en él desde la juventud.
No has superado ésto en lo absoluto, ¿eh. viejo amigo?, pensó
Elián. No sabía qué decir ni qué hacer. La pérdida
de Llwyr, al parecer, había sido peor que la suya. Comprendía.
- Querido - comenzó, torpemente -, te estás echando la culpa, y eso
no está bien. No fuiste tú. Aconor hubiera ido, de todos modos, con
tu ayuda o sin ella. Siempre se creyó tan capaz de todo, tan...
- Elián - interrumpió Llwyr -, es cierto todo eso. Se sobreestimaba
siempre, ya sé, y cometía errores muy estúpidos. Pero, Elián,
¿te acuerdas de las campañas? ¿Te acuerdas de que también
mis errores eran muchos, y de que él no me los reprochaba, sino que era el
único que me daba ánimos para continuar? ¿Te acuerdas de...?
- le mostró la larga cicatriz en la palma de la mano -. A veces creo que comprendía
mucho mejor la magia que muchas personas. ¿Y recuerdas cuánto confiaban
en él Ffonydd, y nuestros hombres, porque, de algún modo que no me
explico, las cosas siempre parecían salirle bien? ¿Y de que,
a pesar de sus defectos, se hacía querer? ¿Cómo te explicas
entonces lo que sentías por él?
Elián bajó la cabeza.
- Perdóname, Llwyr - dijo en voz baja -. Entiendo, créeme que sí...
Llwyr movió la cabeza.
- Vámonos a casa, Elián - pidió, y los antiguos compañeros
caminaron hacia el pueblo, apoyándose uno en el otro. Mientras se alejaban,
Elián dirigió la vista hacia el mar. Era apenas mediodía, pero
el cielo estaba oscurecido, lleno de nubes. Venía otra borrasca.
* * *
Días después, Elián cabalgaba sola a la orilla del mar. Acababa
de llover, el mar estaba revuelto y el sol comenzaba a hundirse en él en el
horizonte. Aún se alcanzaban a oír algunos relámpagos, alejándose
tierra adentro junto con la tormenta.
Elián se sentía muy cansada, agotada. El corazón le pesaba de
una manera insoportable. Las palabras de Llwyr, sus reproches de la velada anterior,
le resonaban en la cabeza. Llwyr le había pedido ayuda para su gente. Y ella
se había negado.
- Aconor esperaba que vinieras -, le había dicho -, estaba seguro de que lo
harías. Contaba contigo y con los tuyos para resistir al Reino Unido. Temía
que en cualquier momento nos cayeran encima los ejércitos del rey, y por ello
mandó construír la muralla alrededor del pueblo.
" Hemos tratado de ocultar la muerte de Aconor. Si Erebus se enterara de que
nos hemos quedado sin líder, no tardaría en atacarnos... aunque quién
sabe, si llegara a darse cuenta de que Sol Ganneth ha perdido la mayor parte de la
riqueza que antes tenía, quizás desistiera de apoderarse de ella...
" Si el mar nos engulle, no será por nuestra culpa. Pero el que nuestro
pueblo sea esclavizado... La gente te seguirá, Elián, Saben quién
eres. Están dispuestos a pelear. Puedes ocupar el lugar de Aconor aquí.
Aconor confiaba en ti. Y estoy seguro de que Erebus te teme, más que lo que
temía a Ffonydd y a Aconor.
" Roda, otra vez. ¿Por qué no dejas de pensar en ella? Ya te lo
dije. Aconor no se llevaba con ella mejor que yo. Pero... la gente lo presionó
tanto para que tuviera un heredero, que no tuvo más remedio... A quien quería
era a ti. Te quiso siempre.
"Por favor, Elián, quédate con nosotros. Ayúdanos."
Y ella se había negado.
- Querido, mi gente está peleando en Aur - había dicho - Erebus está
a punto de largarse de ahí. Después nos vamos al sur, y vamos a avanzar
al este por esa parte. No puedo quedarme, Llwyr. Pero no te preocupes, Erebus no
va a venir cuando sepa que estamos en el sur. Y es muy estúpido para el mar,
así que por ese lado tampoco va a llegar. Voy a estar al tanto, querido. Y
después, en cuanto podamos, vamos a marchar sobre Lloigar, y vamos a hacer
que ese hijo de perra regrese a su casita con el rabo entre las patas. Tú
y yo, Llwyr. Ya lo hicimos con Éirí Lann. No tengas miedo.
Había puesto, como siempre, el pretexto de sus deberes. Y su primera intención
no había sido mentir, aunque, ya desde que hablaba con Llwyr, tenía
el presentimiento de que lo estaba haciendo. Estaba siendo egoísta. Mucho
más egoísta de lo que Llwyr hubiera pensado. Elián se sintió
profundamente avergonzada. Se había despedido de él dándole
ánimos y prometiendo volver. Pero sabía, y ahora lo tenía bien
claro, que nunca iba a regresar.
Su gente en Éirí Lann se preguntaría qué le habría
pasado. Quizás Llwyr sospecharía algo. Le hubiera gustado tener la
certeza de que nunca lo sabrían.
Ahí estaba, frente a ella, el Santuario. El mar, aunque estaba agitado, le
pareció más tranquilo que su espíritu. Parecía esperarla,
llamarla, invitarla a descansar. El aire mismo tenía un sabor a despedida.
Aunque muchas veces los mencionaba a manera de interjección, Elián
no rezaba a los dioses, ni del mar, ni del cielo, ni de la tierra, así que
no elevó sus pensamientos ni se encomendó a nadie. Desmontó,
alejó al caballo con una palmada y avanzó lentamente hacia las olas.
Pero se detuvo a medio camino. Las lágrimas llenaron sus ojos, y se sentó.
¿Tengo derecho a hacer esto?, se preguntó. Y por qué
no, maldita sea. Con derecho o no, Aconor había hecho exactamente lo mismo.
Al menos, ese era el último recuerdo que guardaba de él.
Desde su alianza con Ffonydd, Aconor había dejado de luchar a sueldo. Se había
convertido paulatinamente en un general famoso. Tras la lucha por Aur, larga y difícil,
pero finalmente productiva, Aconor y sus ejércitos habían viajado a
Éirí Lann, con el propósito de arrojar de ella a los pocos invasores
ya establecidos.
Los habitantes de Éirí Lann no tardaron en sumarse a la insurrección,
y la parte sur de la isla quedó libre en poco tiempo. Aconor y los suyos se
establecieron en el puerto más importante, Iarann, al este, y durante más
de un año pudieron disfrutar de una relativa tranquilidad.
Para Elián, la mujer de Aconor, las cosas no pudieron ser mejores. En muchos
lugares de la isla encontró gente que había conocido a su tutor, y
en Iarann, la ciudad donde se fortificaron, halló incluso a algunos parientes
suyos. Se hizo amiga de una extravagante anciana, Finnela, hermana del padre de su
tutor, y por medio de ella averiguó que su padre adoptivo había sido
un jefe destacado, aunque no muy conocido, en las primeras campañas contra
Erebus en la región de Lloigar y que su nombre completo era Elián-obh-Eadren.
Había regresado a su hogar después de la caída de Lloigar, pero
pocos días más tarde se había vuelto a ir y nunca más
se habían vuelto a tener noticias suyas. Probablemente había vivido
oculto desde entonces, quizás todavía con esperanzas de reanudar el
combate, y la culpa de su muerte recayera en los espías de Erebus, si es que
éste los tenía. Jamás lo sabría. Elián se sintió
turbada al recordar aquella ocasión, cuando tenía unos doce años
y, al regresar a casa, se había encontrado a su tutor apoyado boca abajo sobre
la mesa, con la garganta abierta de lado a lado, y, por primera vez en mucho tiempo,
lloró por él. Los parientes de Elián-obh-Eadren, en especial
Finnela, la acogieron en la familia, y ella sintió que, en cierto modo, había
encontrado el hogar que nunca había tenido. Adoptó orgullosamente el
nombre de Elián-ob-Finnela, con lo que esperaba complacer a su vieja amiga.
Como un punto culminante a su racha de suerte, concibió.
Las cosas, sin embargo, no les iban tan bien a sus dos compañeros. Llwyr,
que desde un principio se había fascinado con Éirí Lann, se
había llevado la sorpresa de su vida al encontrar manuscritos dejados por
la gente del mar en Iarann, y con una paciencia digna de encomio, se había
dedicado a aprender la lengua dúla para tener acceso a ellos, ayudándose
de glosarios y otros textos. Cuando por fin consiguió leerlos, el resultado
fue una tardía crisis existencial: la magia dúla era sin duda la más
poderosa, y la mayor parte de sus hechizos no eran de destrucción, sino de
curación. Llwyr le dijo a Elián que había estado perdiendo su
tiempo al dedicarse a cualquier otro tipo de magia, y que su vida no iba a alcanzar
para aprender más. Elián, un poco molesta porque un hombre de su edad
sintiera que no le quedaban muchos años, le dijo que no iba a morirse el día
siguiente, que podía todavía hacerse algo. Llwyr pronto perdió
interés en otra cosa que no fuera sus nuevos libros, y, siempre solo, se dedicó
a leer y traducir hasta extenuarse.
En cuanto a Aconor, simplemente había comenzado a actuar en forma extraña.
Parecía que el torrente de cosas por decir se le había secado. Rehuía
las compañías, y dedicaba mucho de su tiempo a meditar. No quería
compartir sus pensamientos ni siquiera con Llwyr o Elián, y ésta, preocupada,
decidió ocultarle su embarazo por el momento. Las primeras explicaciones al
respecto que le vinieron a la cabeza fueron, o bien estaba envejeciendo, o se estaba
haciendo cobarde.
¡Viejo! Aconor pasaba por muy poco de los treinta, y de cualquier manera no
los aparentaba. Y nunca, ni en los primeros y más peligrosos tiempos, había
actuado como un cobarde. Era ella quien se sentía vieja, y algo débil.
La mano que sostenía el arco temblaba un poco, y el embarazo la hacía
sentirse incómoda y pesada.
Un día, cuando por fin se decidió a darle la noticia a Aconor, fue
a buscarlo a sus habitaciones, y lo halló sentado a la mesa, con la cabeza
hundida entre los brazos; al parecer, metido en sus pensamientos de la forma en la
que lo hacía de ordinario. Elián lo llamó, y cuando él
se incorporó, notó en su rostro un gesto de tensión y dolor,
y vio en sus mejillas huellas de lágrimas. Lo rodeó con los brazos.
- ¿Qué pasa? - preguntó.
- Ffonydd - murmuró airadamente Aconor, tendiéndole el pergamino que
había estado retorciendo entre las manos. Elián tomó el mensaje
(Llwyr se había dado tiempo para enseñarle a leer desde su entrenamiento
en el bosque). Una ojeada le bastó para darse cuenta de lo sucedido.
- Ay, no - musitó, arrojándose a los brazos de Aconor. El jefe de Brynn
Aur, su amigo, había sido emboscado cuando, acompañado por una parte
de sus tropas, intentaba reunirse con Aconor para respaldar los ataques al norte
de Éirí Lann. Aunque la gente de Ffonydd había conseguido al
final incendiar el barco enemigo, el jefe se contaba entre las numerosas muertes.
- Eso quiere decir - dijo lentamente Aconor - que Erebus va a enviar refuerzos. Y,
con seguridad, va a intentar marchar de nuevo sobre Aur. Si tiene éxito, no
tardará en moverse hacia el sur. Hacia mi pueblo.
- Podríamos ir a Aur si surgiera cualquier dificultad - sugirió Elián
-. Tú y Llwyr, por lo menos.
- Quizás.
Elián esperó en vano a que le preguntara sus razones para no incluírse
en el viaje. Aconor ni siquiera la miró, y ella, herida por dos motivos diferentes,
decidió seguir guardándose el secreto. Ahora, había otras cosas
en las que pensar.
A pesar de que Aconor no contaba con ayuda, la lucha por liberar el norte de Éirí
Lann parecía a punto de terminar. Aconor y Llwyr fueron al campo de batalla
a dirigir personalmente las maniobras; Elián, repentinamente enferma, tuvo
que meterse en la cama.
Estuvo más de dos semanas sin levantarse. La anciana tía de su tutor
se hizo cargo de ella y prohibió toda visita. Finnela fue la única
persona que se enteró de que había habido un hijo, y que se había
perdido.
Una semana después de que Aconor volviera, Elián fue de nuevo a hablar
con él, esta vez, a pedido de él mismo. No estaba aún totalmente
restablecida, y sentía una gran necesidad de confiarse a él, de encontrar
consuelo en un abrazo. Habían de- jado de dormir en el mismo cuarto desde
la enfermedad de Elián, y, a la semana de su regreso, se habían visto
poco.
Cuando se reunieron, a solas, parecía casi una visita formal.
- ¿Cómo te encuentras? - la saludó Aconor.
- Mejor, gracias - respondió ella -.¿Qué se te ofrece?
- Bueno, voy a tratarlo directamente. Es difícil de explicar. He estado pensándolo
mucho, creo que... no sé, que la aventura ha durado ya demasiado tiempo.
- ¿Qué quieres decir?
- Bueno, no sé; echo de menos mi casa, y hace tanto que no sé de mis
padres... Creo que... voy a regresar a Sol Ganneth.
Elián no daba crédito a sus oídos.
- ¿Regresar...?
Aconor asintió. - Tengo miedo por todo lo que ha sucedido. Empezando por lo
de Ffonydd. Tarde o temprano, el Reino Unido extenderá sus fronteras hacia
la costa, y llegará a mi pueblo.
- Qué va, no lo va a hacer - dijo Elián -. Erebus no tiene interés,
como decía tu viejo. Está ocupado con nosotros, y con Aur.
- Pero mi padre - Aconor enfatizó la palabra - debe ser ya muy anciano,
y yo soy su único heredero. Es un compromiso que no debí haber descuidado,
sabes.
- Vaya, ¿por qué no habías pensado en eso hasta hoy? - respondió
ella, molesta -. Valiente momento para recordar tus travesuras infantiles. ¿Qué
crees que vaya a decir Llwyr?
- Ya hablé él. Se va conmigo.
- ¡Ah, qué bien! - Elián se cruzó de brazos -. Así
que los dos se van a largar, y me van a dejar montones de compromisos de por medio.
¿No pensaste en todo lo que todavía falta por hacer? ¿Me vas
a dejar sola con todo eso?
- Por supuesto que no - Aconor se puso de pie. - Nadie te va a adejar sola, querida.
Tú te vienes con nosotros, también. Podemos estar juntos, como siempre
lo hamos estado, Llwyr, tú y yo. No nos vamos a separar. Si quieres... - Aconor
titubeó -...si quieres podemos casarnos...
- ¿Qué? - Elián dio un respingo.
- Hace mucho que quería decírtelo - Aconor sonrió -. Hablo en
serio, querida. Te amo. Quiero presentarte a mi padre como mi esposa. Quiero que
tengamos hijos.
- Ah, ahora quieres hijos - dijo Elián apretando los dientes.
- ¿Qué dijiste? Oh, ya sé que nunca te lo había dicho
antes, pero es verdad. Te amo. ¿Qué es lo que te sorprende?
- Nada. Siempre creí que yo era tu mujer. Bueno, qué le voy a hacer
- suspiró -. Entonces, ¿cuándo piensan irse?
- ¿Elián? - dijo Aconor.
- Dije que cuándo piensan irse. ¿Estás sordo?
- Elián... -repitió él.
- ¿Qué creías? - respondió ella fríamente - ¿Que
me iba a ir con ustedes así de fácil, sin preocuparme por nada más?
Estás loco. Para mí sí tiene importancia esto que hemos
hecho todos estos años, y que es por lo que mi padre, Ffonydd y muchos
más murieron. Si te quieres deshacer de todo eso, es tu problema. Por lo visto,
tu dichosa venda te ha volvió a caer sobre los ojos.
Aconor no respondió, y Elián tuvo la certeza de haber lastimado un
punto sensible. Le dio la espalda.
- ¿Cuándo piensan irse? - insistió.
- En unos días más. Voy a librarte de algunas responsa- bilidades.
- Gracias. Muy amable. No tienes qué molestarte.
- Elián - la voz de Aconor tenía un toque de desesperación -.
¿seguro que no quieres venir?
La despedida fue triste. Unas pocas palabras de buenos deseos y promesas, pero todo
ello dominado por una cierta frialdad.
- No vamos a movernos de Sol Ganneth, Elián. No dudes en ir allá -
dijo Llwyr. Era el mayor numero de palabras que él le había dirigido
de tirón durante los útimos meses. Si bien Elián creía
comprender en cierto modo los motivos de Aconor, no lograba explicarse las razones
que habían empujado a Llwyr a respaldar su decisión.
- Te escribiré - dijo Aconor.
Desde una colina, Elián y un pequeño grupo de soldados contemplaron
al mago y al general, que se alejaban a caballo acompañados por algunos hombres.
A una distancia a la que Elián no alcanzaba a ver muy claramente, le pareció
que Aconor hacía dar la vuelta a su montura.
- Tu y yo tenemos que estar juntos, Elián - oyó que gritaba -. No puede
ser de otra manera.
Elián sintió que los ojos de toda la tropa se clavaban en ella, y la
sangre se le agolpó en las mejillas.
- Estúpido - murmuró -. Nunca cierra la boca. Maldito hijo de perra.
Se volvió y gritó a sus hombres que echaran a andar, porque había
mucho que hacer. Se había convertido en su jefe de la noche a la mañana,
y tenía que endurecerse.
Y en verdad, lo consiguió. No derramó una sola lágrima, ni siquiera
a solas, y no volvió a considerar sus debilidades. Como general, resultó
estricta y severa. Fueron pocos los que cuestionaron la decisión de Aconor
de dejarla a ella en su lugar, y esos pocos fueron a su tiempo obligados a aprender
la lección de la mano de la propia Elián. La mayor parte del ejército
trasladó la fidelidad que tenían a Aconor a su nuevo líder.
Elián continuó con el trabajo de su predecesor, aunque con cambios
radicales. Ya en otros tiempos, había intentado , sin mucho éxito,
introducir su sentido práctico en los planes de Aconor. Ahora, con el campo
libre, decidió convertir la guerra en un asunto de marcas y señales
en un mapa más que en una serie de glorias individuales, como tan románticamente
pensaban Aconor e incluso Ffonydd.
Se propuso la tarea de liberar por completo Éirí Lann. Aunque las tropas
enemigas en la parte norte se encontraban considerablemente debilitadas, se esperaba
la llegada de refuerzos en pocos días, según la información
traída por los espías.
Elián no perdió la calma ante la nueva dificultad. Decidió,
entonces, no volver a presentar batalla a campo abierto. Aprovechó el conocimiento
que tenían sus hombres del terreno, y la configuración del terreno
en sí (era una zona de bosques y montañas), para dirigir ataques rápidos
por la noche hacia los campamentos y las reservas del ejército de Erebus.
La táctica pareció funcionar, puesto que las tropas invasoras sufrieron
una evidente desmoralización. Tres años después, Éirí
Lann estaba completamente libre y sin amenazas aparentes, y el mar que la separaba
del resto del Reino estaba por completo en poder de los navegantes de la isla.
Elián, al mismo tiempo, no despegó su atención de Aur, donde
las cosas se habían puesto difíciles tras la muerte del jefe Ffonydd.
Envió refuerzos y provisiones a las tropas sitiadas, e incluso peleó
ahí un tiempo. En la región de Aur no le fue sencillo hacer ataques
indirectos como lo había hecho en Éirí Lann, pero, de cualquier
manera, consiguió mantener a Erebus a raya.
Sus ambiciones fueron creciendo al mismo tiempo que su popularidad. Comenzó
a hacer planes que nunca se hubiera atrevido a imaginar. De improviso, le pareció
que sí era posible derrotar al que supuestamente era el ejército
más poderoso del mundo conocido y arrojar definitivamente a Erebus de las
tierras que había ocupado tantos años. Y se propuso a hacer algo que
ni Aconor ni Ffonydd habían siquiera sugerido: marchar sobre la gran región
de Lloigar, donde estaba el grueso de los ejércitos del rey. Una lucha así,
lo comprendía, iba a llevar años de gestación y años
de ejecución. Pero no se sintió apresurada, hacía tiempo que
las luchas con Erebus se habían convertido en un asunto rutinario. Distribuyó
sus fuerzas, nombró generales, dejó de intervenir directamente en las
batallas y se dedicó a estudiar mapas y planear.
Había estado siempre tan absorta en su trabajo, que, al hallarse entonces
con algo de tiempo para ella, habían regresado los recuerdos. Las aventuras,
la amistad de toda la vida. Y siendo así las cosas, había pensado a
menudo en el reencuentro.
Tú y yo tenemos que estar juntos, había dicho Aconor. Elián,
sentada frente al mar, se enfureció. ¿Qué derecho tenía
él a hacerle eso? ¿Qué iba a pasar con sus generales,
con Llwyr y con su amada Eirí Lann? Pero su ira cedió a la tristeza.
No tenía por qué culpar a Aconor. Lo hiciera, sería por su propia
decisión. Cuánto hubiera deseado olvidar, entregarse de lleno a su
propósito de libertad para su gente, cuánto hubiera deseado ser libre
ella misma. Libre del recuerdo de aquellos extraños ojos, de los sentimientos
y las pasiones que le inspiraban; de su miedo a la soledad. Estaba cansada. Muy cansada
de todo.
Elián contuvo un sollozo. Trató de consolarse diciéndose que
no importaba, que lo que tenía que hacer ya estaba hecho, que alguien más
continuaría con su tarea, que podía descansar.
La marea estaba subiendo. Una ola rozó los pies de Elián, sacándola
de su ensimismamiento. La mujer, con un suspiro, se levantó y echó
a andar hacia el mar.
- Hola.
La voz, clara e infantil, la detuvo. Se dio la vuelta, y se encontró con una
niñita que la miraba fijamente.
La niñita extendió una mano para saludar, y Elián notó,
con asombro, que su piel tenía un tono verdoso, que no tenía uñas
y que algo así como una membrana muy delgada unía los espacios entre
los dedos. También vio que tenía el labio superior grande y aplastado,
y que lo fruncía de una manera extraña. Los ojos eran exageradamente
grandes, y tan negros que parecían no tener pupilas. Los cabellos eran lacios,
y también negros, pero con una tonalidad azulada que Elián nunca había
visto. Por lo demás, tenía las mejillas suaves y redondas de una niña
común y corriente. Llevaba puesto un vestido de algún material muy
ligero.
- ¿Eres...? - tartamudeó Elián - ¿eres de la gente del
mar?
La niña ladeó la cabeza, como meditando la pregunta.
- Sí - contestó a los pocos momentos -. Yo soy de la gente del mar.
Tú hablas rápido y yo entiendo mal. Tú hablas despacio y yo
entiendo bien.
Elián comprendió. - Bien - dijo.
- Tú perdonas porque yo hablo mal tu lengua. Yo aprendo tu lengua pronto.
- No te preocupes, está bien. ¿Qué haces aquí.
- Yo veo tú quieres ir al mar y no puedes. Tú entras al mar y mueres.
Nosotros vivimos bien adentro del mar y afuera del mar.
- Sí, ya sé.
- ¿Tú quieres morir?
- No, no es eso - enrojeció Elián.
- Las personas no quieren morir en el mar. Hablan con la gente del mar. La gente
del mar puede hacer y las personas no mueren.
- No comprendo - dijo Elián. La niña volvió a quedarse callada
un rato, como buscando las palabras adecuadas.
- Nosotros tenemos miedo - continuó -. La gente del mar tiene miedo. Yo no
voy al Santuario pronto. Mi amiga vive aquí ahora. Ella deja su mar y vive
aquí pronto. La gente del mar hace eso. Dejan su mar y vienen aquí.
Viven con las personas. Y la gente del mar puede dejar su mar a las personas. Las
personas tienen el mar y viven adentro del mar.
Elián se dio cuenta entonces que la palabra "mar" tenía otro
significado.
- ¿Qué es el "mar" de la gente del mar? - preguntó.
La niña dijo algo en su propia lengua, después mostró a Elián
su mano, señalando la membrana de entre los dedos.
- Las personas lo ponen aquí - dijo -. Y pueden vivir adentro del mar. No
sé cómo decir.
- Tu gente le da su "mar" a mi gente...- reflexionó Elián
en voz alta. Llwyr le había dicho que la gente del mar abandonaba su naturaleza
marina (seguramente era éso lo que la niña llamaba "mar")
de algún modo físico, para vivir en la tierra, pero no había
mencionado que esa "naturaleza marina" podía traspasarse a un humano
-.¿Lo han hecho alguna vez?
La niña, tras desentrañar la pregunta, se echó a reír.
- Muchas. Es fácil. Mi amiga dice ella lo hace ahora pronto. Ella dice ella
ve al hombre de la tierra adentro del mar. Él muere. Y ella da su mar. Y él
vive. Ella viene ahí y dice yo voy con ella. El hombre de la tierra tiene
su mar. Va adentro del mar, muy, muy, muy, muy, muy adentro del Santuario. Busca
al mal. Quiere matar al mal.
Elián dio un paso atrás, estremeciéndose. La cabeza le dio vueltas.
Tuvo que sentarse de nuevo.
- Tú tienes frío ahora - observó la niña -. Tú
estás mal.
Elián sacudió la cabeza. Con un esfuerzo, se irguió.
- ¿Me darías tu mar, pequeñita? - dijo a la niña. Ésta
pareció pensárselo tan detenidamente que Elián, armada de paciencia,
pensó que quizás no se había hecho entender.
Pero se equivocaba.
- Yo doy mi mar, tú das algo - dijo la niña.
- Un trato, ¿no? - sonrió Elián -. Está bien. ¿Qué
quieres?
La niña señaló al caballo. - Tú das tu animal y yo doy
mi mar.
- De acuerdo.
Mientras Elián iba a buscar su montura y descolgaba las armas de la silla
de montar, la niña, con una mueca, se arrancó algo parecido a un pedazo
de piel del dorso de la mano. Lo enjuagó en el mar y, cuando regresó
Elián, se lo entregó.
- Mi mar está aquí - le dijo. Era algo parecido a una redecilla membranosa
-. Tú pones mi mar en tu...- se señaló los dedos. Al ver que
la mujer no hacía nada, la niña sonrió y entrelazó la
malla húmeda en los dedos de Elián. La telilla pareció adherirse
de inmediato a la piel.- Sí - dijo la niña, cuando terminó -.
Tú tienes mi mar ahora. ¿Sientes mi mar?
- No - confesó Elián.
- Eso está bien. Tú ahora vas adentro del mar y no mueres. Puedes vivir.
Tú no tienes miedo.
Elián le entregó las riendas del caballo. La niña, felicísima,
se alejó rápidamente con su nueva posesión haca Sol Ganneth.
Antes de desaparecer, se volvió y gritó:
- ¡Tú no tienes miedo!
Elián saludó con la mano y se la miró, esperando encontrar membranas
entre los dedos. No era así. Sólo estaba la película verde cubriéndole
la mano. No se había convertido en un ser parecido a la niña. ¿Se
había dejado engañar? De cualquier manera, sólo había
un modo de comprobarlo. No perdía nada haciéndolo, consideró.
Aseguró los cuchillos en su cinturón, envolvió las flechas en
su capa y se atravesó el arco en el cuerpo. Una vez preparada, corrió
hacia el mar. Tal como Llwyr le había dicho, la franja de arena no era muy
larga, y sus pies no tardaron en tocar la punta del arrecife. Aferrando el arco y
la aljaba, Elián se sumergió.
* * *
La oscuridad de las aguas no duró mucho tiempo.
Frente a ella estaba una luz. En la lucha contra la corriente, Elián perdió
la mayor parte de sus flechas, y se hizo algún rasguño al intentar
recuperarlas.
El agua entró a sus pulmones. Sentía el sabor de la sal. Los ojos le
escocían, y sentía ardor en el pecho, la nariz y la garganta, pero,
estaba segura, no se estaba ahogando. Le costaba trabajo mantenerse fuera
del alcance de las olas, y temía golpearse contra alguna roca. Como puedo,
pataleó hacia la luz.
Como había adivinado, la iluminación procedía del templo. Borrosamente,
Elián distinguió las columnas que rodeaban el acceso. Un afortunado
empuje de la corriente contribuyó a acercarla y, con un último impulso,
Elián cruzó la entrada.
Se dejó caer, agotada. Sintiendo que el estómago se le revolvía,
se incorporó. Vomitó varias veces. Lentamente, dolorosamente, sus pulmones
expulsaron el agua y volvieron a llenarse de aire.
Aire. Se encontraba en un lugar totalmente seco. Llwyr le había dicho
que había lugares secos, pero no había mencionado que el templo fuera
uno de ellos. ¿Hacía cuánto tiempo que nadie lo había
visitado?
Tendida de espaldas, consideró su situación. Palpó, junto a
ella, su arco y las dos únicas flechas que había conseguido salvar.
La madera se deterioraría si no la secaba. Se le ocurrió que entrar
con ellos al Santuario no había sido una buena idea, ni mucho menos.
- Qué bien - se recriminó. Por primera vez en muchos años, había
actuado con una precipitación digna de la Elián adolescente. Pensó
que podría regresar, tomarse las cosas con calma y confiarle sus sospechas
a Llwyr. Si había esperanzas de que Aconor estuviera con vida, él quizás...-
Dioses, ¿qué mal me hubiera hecho morirme en paz?
En cuanto pudo levantarse, examinó su entorno. Tenía los ojos irritados
a causa de la sal y la incesante luz verdosa, pero podía ver relativamente
bien. Se encontraba en una sala pequeña, en el centro de la cual había
un altar de piedra negra. En la pared frente a la entrada, había una hilera
de puertas. No había estatuas, ningún tipo de ornamentación.
Y sí, la roca brillaba con luz propia.
Afuera de la entrada, se veía el mar como a través de un cristal. Elián
caminó hacia la puerta. Acercó la mano y tocó... agua. Se mojó
la mano en ella. Hasta le pareció ver que se formaban ondas en la superficie
vertical cuando introducía los dedos. Desconcertada por el curioso fenómeno,
se volvió para explorar el resto del lugar.
Llegando al altar, frotó la superficie con la mano izquierda y se volvió
a mirar sus dedos, que se habían quedado manchados de la fosforescencia. La
redecilla viscosa que la hacía respirar agua no se había movido de
su lugar.
Aquí no se necesita ninguna naturaleza marina, se dijo. Debí
haber hablado con Llwyr.
Se encaminó hacia las puertas. Como se lo imaginó, la madera estaba
hinchada por la humedad, pero no le costó demasiado trabajo moverlas. Todas
conducían a un mismo cuarto: una habitación al parecer construída
de un tipo de roca diferente al exterior, oscura y opaca. Elián sintió
inmediatamente el alivio de sus ojos. Se preguntó cuál sería
la función de ese cuarto, y una vez más, lamentó no haber hecho
planes antes de actuar.
Distraída, tropezó con una rejilla que cubría una trampa en
el suelo. El sonido metálico que se produjo resonó de una manera impresionante
en el pequeño recinto. Elián, temblando, esperó a que cesaran
los ecos, Pero el ruido no se desvaneció por completo. Aunque muy tenue, seguía
ahí. Se había hecho irregular. Elián tenía el oído
demasiado agudo como para no darse cuenta. Lo identificó. Pasos. Alguien que
se deslizaba por los corredores de abajo. Alguien que quería pasar inadvertido.
Un miedo incomprensible amenazó con dominar los sentidos de la mujer. Un miedo
que, realmente, no tenía bases. - ¿Qué demonios puede haber
aquí - pensó - que me haga daño? Si aún queda gente del
mar aquí, que bien, son amigos de la gente de la tierra... Llwyr - recordó
-. Él me dijo. Seguro esto fue lo que él sintió.
Un miedo sin apariencia definitiva.
Decidida a mantener la calma por sobre todo, se encogió a unos pasos de la
trampa. Le pareció que había pasado una eternidad cuando oyó
el rechinido de la reja. Alguien se asomó, y Elián pensó que
si esa persona era capaz de ver en la penumbra, estaba examinando a conciencia sus
rasgos.
Después de una pausa, aventuró.
- Habitante del mar, ¿hablas mi lengua?
Como respuesta, le llegó algo parecido a un jadeo. No supo cómo interpretarlo.
- ¿Me entiendes? - murmuró.
- Tú... - respondió el hombre, ahogando a medias una exclamación
-, ¡tú!
Elián había identificado la voz.
- Oh, dioses, - dijo, sofocada por las emociones -, oh, dioses...
Antes de terminar la frase, se encontró en los brazos del hombre al que antaño
había querido.
* * *
Estaban sentados junto a la rejilla. Aconor tenía
un brazo echado sobre los hombros de Elián, y la acariciaba ausentemente.
Tras algunos minutos, ella rompió el silencio.
- Te creen muerto, todos allá afuera- dijo.
Aconor suspiró -.Sí, ya me lo imaginaba.
- Y han pasado cosas graves ahora que no estás.
- El Reino Unido, ¿verdad?
- Sí, y también Llwyr. Se echa la culpa de lo que pasó, y está
muy mal.
- Tengo muchas cosas que explicarte.
- Pues preferiría que te las guardaras para él. Ha sufrido mucho, y
también yo - Elián se aclaró la garganta, y contó una
parte de su conversación con Llwyr -. Sí - añadió -,
me gustaría mucho saber el por qué de todo esto, y también me
gustaría saber muchas otras cosas, y me gustaría que tu gente se enterara
de que estás aquí, y puesto que ni siquiera has podido enviar un maldito
mensaje...
Aconor la interrumpió, al darse cuenta de que su voz empezaba a cargarse de
ira.
- Es una historia larga de contar - dijo con cansancio aparente.
- Bueno, entonces cuéntala cuando regresemos a tierra firme.
- No vamos a regresar.
- Vamos a regresar - exclamó Elián, poniéndose de pie
brus- camente. Aconor fue tras ella, sujetándole las muñecas.
- Elián, por favor, no grites.
- ¡Suéltame, pues, maldita sea! - Elián elevó a propósito
el volumen de la voz -. Si no vienes conmigo, yo no tengo por qué quedarme.
Le diré a Llwyr...
- Bueno, ¿me vas a escuchar? - Aconor aumentó su presión hasta
hacerle daño. Ella guardó silencio, pero apretó los puños
y los labios con expresión desafiante.
- Sí - cedió -, te voy a escuhar. Así como en los viejos tiempos,
tú hablas y hablas y yo te escucho, y te...
-. Dime, ¿has tratado de salir? - interrumpió Aconor. Elián
sacudió la cabeza -. No hay forma de salir - continuó él -.
El agua forma una pared elástica. o algo así.Puedes entrar, pero no
puedes salir. No sé por qué. Había otras salidas, pero la última
de ellas se cerró de la misma forma, unos días después de que
me trajeron aquí. Me dijeron que una chica me había salvado, poco antes
de irse - Se señaló la mano, envuelta en la redecilla -. Ésto...
- comenzó a explicar, pero pronto se dio cuenta de que Elián tenía
un objeto parecido -, bueno, ya veo que tú también te conseguiste una.
Claro -reflexionó, avergonzado de su lentitud de pensamiento -, no hubieras
podido llegar de otra forma. Me trajeron aquí - continuó su relato
-. Nadie me reconoció, y creo, estuve delirando cerca de una semana. Se enteraron
de algunas cosas por todo lo que estuve diciendo, pero, poco después, nos
quedamos aislados. El nivel inmediato a este estaba inundado cuando vine, pero ahora
está seco. Allá abajo están mis amigos.
- Tenemos que bajar, supongo.
- Sí... Todavía no. No sabemos cuáles sean las consecuencias
de tu llegada.
- ¿A qué te refieres?
- Cuando entraste... se sintió algo.... No te preocupes, no ha sido muy fuerte
y pasará pronto. La gente del mar puede percibirla... en fin, por eso supimos
que alguien había bajado. Por cierto que tú eras la última persona
a quien esperaba ver. ¿Por qué...?
- No, a mí no me toca dar explicaciones.
- Te digo que es largo de contar... - las manos que sujetaban a Elián se demoraron
en una caricia en sus brazos -. Bueno. Llwyr descubrió que algo andaba mal,
pero no pudo ver qué era. La oscuridad le bloqueó la mente, algo así.
Pero nosotros hemos buscado con cuidado... y lo hemos hallado.
Elián retrocedió.
- La presencia del mal - decía Aconor -, tan cerca de nuestro pueblo...
- ¡Lo sabía, maldita sea! - masculló la mujer, casi para sí.
- ¿No me has estado escuchando? Él. Tú sabes el nombre.
Cuando eras una jovencita, te asustaba tanto que escondías la cabeza bajo
las mantas.
- ¡Te digo que ya lo sabía! - se quejó Elián -. Tengo
tanta suerte, que no podía ser para menos. ¿En qué clase de
problema me has metido?
Elián dio la espalda al gobernador y se alejó unos pasos. Así
que el Hyd Crawrth. Y Llwyr no la iba a despertar esta vez de la pesadilla.
- Querida - la llamó Aconor.
- Déjame en paz. Necesito poner en orden mi cabeza.
- Ya pasó suficiente tiempo, me parece. Podemos bajar.
- Sí, qué remedio me queda - replicó ásperamente ella.
Salió al templo. Antes de que Aconor pudiera decir algo más, añadió:
- No, déjame recoger mis armas.
* * *
Se encontraban en el segundo nivel del Santuario. Como
había dicho Aconor, estaba seco, pero el ambiente se sentía aún
húmedo. Las rocas coralinas de esa parte de la construcción brillaban
también, pero su luz era mucho más tenue.
Mientras masticaba algo que parecía un trozo de cuerda, Elián escuchaba
a Aconor, que hacía una presentación de ella y un relato de experiencias
compartidas. A su alrededor, una media docena de hombres del mar, de aspecto tranquilo,
que prestaban su atención al gobernador. Todos se parecían mucho entre
sí, y compartían las características de la niña que Elián
había encontrado en la playa, incluso la cara redonda e infantil. Adivinando
que Aconor iba a prolongarse todavía con su plática, Elián susurró
al más cercano:
- ¿No tienen algo más de ésto? - señalando el trozo de
comida que tenía en la mano.
- Nos hemos estado restringiendo las raciones - respondió el hombre del mar,
con una media sonrisa.
- Ah, perdón.
Se empezó a distraer, como hacía siempre que Aconor hablaba. Cuando
habló, no se dio cuenta de que estaba interrumpiéndolo.
- ¿Cómo saben que es el Hyd Crawrth? - preguntó.
Aconor se detuvo en seco.
- Vaya - observó -, y pensar que ninguno de nosotros se atrevía a pronunciar
el nombre.
- Pregunté algo.
- Señora Elián - le dijo el hombre que se hallaba a su lado -, no podría
tratarse de otra cosa. Mi gente ha vivido siempre por estas costas. Mis antepasados
estaban aquí cuando él llegó por primera vez. Nos legaron conocimientos
sobre él. No nos atrevíamos a comunicar nuestras impresiones a la gente
de la tierra, porque no estábamos seguros... pero desde un principio sentimos
la presencia del mal, en las profundidades. Ahora lo sabemos con certeza. Yo lo he
visto, señora. Un gran ojo que despide luz, y alcanza a iluminar muchos brazos
de pulpo. Y cuando se desplaza, se oye como si un millón de gusanos gigantescos
se frotaran contra una piedra.
La presencia del mal, como en la historia, pensó Elián. Tal
como en aquella dichosa historia.
- ¿Cómo se las han arreglado para que no sepa que están aquí?
- preguntó.
- A decir verdad - respondió el hombre del mar -, ignoramos si él sabe
de nosotros.
- Lo estamos vigilando - dijo Aconor -. Si ya sabe que estamos aquí, no ha
hecho nada al respecto. No sabemos qué tan grande es, pero se mueve con lentitud.
Está penetrando por una grieta de los niveles inferiores. Supongo que quiere
alcanzar el templo. Recuerda que una de las partes de la leyenda del Hyd Crawrth
tenía que ver con la magia que se había quedado en el templo, la magia
del viejo héroe.
- Podría hundir de golpe el pueblo, pero por alguna razón no lo ha
hecho - dijo otro de los hombres del mar -. No tengo idea de qué puede estar
esperando. Provoca tempestades, hace que el nivel del mar suba poco a poco, pero
no sabemos qué hará después.
- ¿Se puede matar, esa cosa? ¿Uno puede matar a un dios? - preguntó
Elián.
- No es un dios - intervino otro de los hombres del mar -. A pesar de toda su fuerza,
no hay en él nada de divino. Por supuesto que puede morir.
- Y matar - dijo el primero que había hablado - Si quisiera, podría
derribar el Santuario sobre nosotros.
- En tal caso, ¿por qué no quiere? - reflexionó Elián.
Encaró a todos los presentes, nadie contestó. - Bien - siguió
-. Supongo, entonces, que para eso... matarlo... estamos aquí... ¿verdad?
- Sí - contestó rápidamente Aconor. Elián lo miró
inquisiti- vamente.
- Aconor... - le dijo, sorprendida -, tú... sabías todo esto. Sabías
de Hyd Crawrth.
Aconor frunció el ceño.
- La niña que me dio su naturaleza marina - explicó Elián -,
dijo que tú habías venido a matar al mal. ¿Cómo lo supo?
- Quizá lo dije en mi desvarío.
- ¡Cuando, según eso, no sabías nada!
Oh, claro que lo sabía, pensó Elián malévolamente,
al comprender que acababa de descubrir un secreto. El gobernador alzó las
manos en una forma casi cómica.
- Bueno, algo sabía - reconoció -. Sólo lo de los cuentos, nada
más.
- ¿Y Llwyr? ¿Qué sabía él?
- No le dije nada.
- Entonces... ¿querías que él te diera por muerto? - Elián
se quedó asombrada.
- ¿Te mencionó eso?
- Para nada No.
- Siempre pensé que sabía algo.
- ¿Por qué te dejó venir, entonces?
- ¡Me traguen los abismos si lo sé! ¿Por qué te dejó
venir a ti?
Elián respiró profundamente.
- No sabe que vine. Nunca me hubiera permitido bajar.
Elián se separó del grupo y se encaminó al cuarto oscuro donde
había dejado sus pertenencias. Alguien le había preparado ahí
un lecho de mantas de una extraña fibra. Tenía ganas de dormir mucho
tiempo, todo lo que le fuera posible, de dejar a los hombres discutiendo, que a fin
de cuentas todas sus posibilidades parecían condenadas al fracaso.
Alguien llamó a su puerta. Aconor, ¿quién más? Por lo
visto, no la iba a dejar en paz por un buen rato.
- Sólo quiero hablar - pidió él -. No te voy a quitar mucho
tiempo.
- Bueno - se resignó ella -. ¿Qué quieres?
- Sólo por curiosidad... ¿Por que viniste?
- ¿A Sol Gannet? Oh, de visita.
- No... aquí, al santuario.
- Ah... eso... eso no me da la gana decírtelo. ¿Ya es todo? - al ver
que Aconor no respondía, Elián agitó la mano y se envolvió
en sus mantas, de cara a la pared.
* * *
Elián estaba sola, y se agitaba, sin poder salir
de un mal sueño. El Hyd Crawrth aguardaba en las profundidades. En la superficie,
Llwyr, tratando de mantenerse tranquilo, intentaba una vez más ponerse en
contacto con esa mente monstruosa.
El Hyd Crawrth percibió la intrusión, pero se conformó con ignorarla.
Podía librarse de esa pequeña molestia si le venía en gana,
pero tenía otras cosas en qué preocuparse. Ya tendría tiempo,
más tarde. No sentía temor de la mezquina gente del mar, y mucho menos
de los hombres que se ahogaban bajo el agua, pero su mediano poder de percepción
le había hecho descubrir, hacía corto tiempo, cierta aura familiar
en el templo.
Hacía siglos que había llegado, surgido de una oquedad submarina. Tenía
entonces poco entendimiento y una vaga conciencia de existir, pero estaba hambriento,
con un apetito antinatural. Permaneció en el fondo del mar, alimentándose
de plantas, peces y magia primordial, aumentando de tamaño, hasta que un día
se atrevió a salir a la superficie. El sol le hirió el único
y sensible ojo, y cuando, medio ciego, volvió a sumergirse, sintió
que odiaba esa cosa brillante y a todo lo que había bajo ella por encima del
mar, y el odio fue el único sentimiento que pareció adquirir. La ceguera
temporal, sin embargo, contribuyó a despertarle algo parecido a una antiguo
conocimiento, algo que había estado siempre con él y que no se había
manifestado hasta entonces. No desperdició tiempo en preguntarse quién
lo había favorecido con ese don, sino que se concentró en el alcance
de sus poderes, y se dio cuenta de que el mar podía llegar a pertenecerle
y hacer su voluntad. La marea subía y bajaba a su gusto, cada ola seguía
sus órdenes. Supo que el mar podría engullir algún día
al aborrecido mundo de arriba.
La gente del mar, que habitaba de ordinario aquellas costas, avisó del peligro
a los habitantes de Sol Ganneth. Los hombres no tardaron en comprobarlo por propia
experiencia, cuando uno de sus barcos mercantes, que estaba por entrar a la bahía,
desapareció bajo una madeja de tentáculos. Llamaron a la cosa Hyd Crawrth,
un nombre antiguo, el nombre de uno de esos dioses horrendos que presidían
los cultos más primitivos de la región. Con el tiempo, las aguas subieron
y las resacas se hicieron más fuertes. Y así, el Hyd Crawrth comenzó
a invadir la tierra.
Nunca llegó a comprender el poder que lo derrotó. Nunca hubiera creído
que una de esas pequeñas criaturas de buen sabor sería capaz de enfrentársele.
No sabía que también los hombres podían apoderarse de la magia
y utilizarla para sus propios fines, ya fueran benéficos o perversos. Y tampoco
contaba con la magia de tierra adentro. El viejo héroe que logró herirlo
gravemente y hacerlo regresar por el agujero donde había venido había
logrado conjuntar, perseverantemente, esa magia de la tierra y también la
magia del mar en oposición a la cosa, y con ayuda de la gente del mar, se
había sumergido a enfrentarla.
El Hyd Crawrth tenía grabada en la memoria la borrosa visión de aquel
hombre, y una luz parecida a la del sol que había brotado de él, y
había absorbido como una esponja toda su fuerza. Recordaba claramente el dolor.
No había tenido más remedio que retirarse a su caverna, a proteger
su maltrecha forma.
Y cuando, mucho tiempo después, y vuelta una parte de sus fuerzas, había
decidido contraatacar, había encontrado su camino bloqueado por esa estructura,
el Santuario.
El Santuario era mucho más que una simple tapadura en la oquedad por donde
había aparecido el monstruo. El viejo héroe lo había hecho construír,
como un símbolo de la unión de dos pueblos en una misma creencia, pero
también como una fortaleza de poder contra amenazas futuras. Pues él
había legado al templo la mitad de su magia, y ésta permanecía
ahí, en estado latente, pero viva. La otra mitad se había devuelto
a donde pertenecía, a la familia del viejo héroe, y se quedaría
ahí, pasando de generación en generación, para que Sol Ganneth
estuviera siempre a salvo, siempre ahí.
Pero, hacía algunos años, esa la magia del lugar había experimentado
un decrecimiento repentino. Así lo notó el Hyd Crawrth, al encontrar
que el sello que envolvía la mística fortaleza tenía resquicios
suficientes para dejar pasar filamentos de su propia materia. De esa manera, el Hyd
Crawrth había entrado el Santuario, reptando, alargándose y encogiéndose.
Ya la tercera parte de él, incluyendo su ojo, estaba dentro del recinto. Le
había tomado años hacerlo, pero no tenía ninguna prisa. Al cabo
de un tiempo, el mar estuvo otra vez sometido a su voluntad, y su objetivo, el templo,
quedó relativamente bajo su control. El templo era lo que le impedía
destrozar el Santuario y emerger, era la fuente de la magia.
Pero el descubrimiento que había hecho hacía poco lo desconcertaba.
Ese rastro de poder, el rastro del viejo héroe, había provocado una
perturbación en el templo. Por eso, el Hyd Crawrth se obligaba a actuar con
cautela. Y además de odio, comenzaba a sentir miedo.
* * *
Elián se cruzó de brazos, sin intentar
ocultar su desaprobación.
- ¿Eso y ya? - preguntó. Aconor acababa de exponerle su plan.
- ¿Qué otra cosa podemos hacer? - dijo el antiguo general.
- Ni siquiera estás seguro... de que nuestro "heroísmo"...
sirva de algo...
Muy simple. Ya que el ojo del Hyd Crawrth era el punto más seguramente vulnerable,
lo único que había que hacer era lanzarse todos al mismo tiempo y tratar
de reventárselo con una arma embadurnada de un veneno primitivo que habían
logrado fabricar con sus escasos recursos. Los que quedaran vivos después
de la maniobra, comprobarían entonces si habría funcionado o no. Muy
sorprendente, pensó Elián, para un tipo que había logrado hacer
sudar frío al pretencioso Erebus.
- Es estúpido, Aconor.
- Te digo que, con lo que contamos, no podemos hacer otra cosa.
Elián caminó de un lado al otro, golpeando el piso con su arco.
- Demasiado riesgo. Me estás diciendo, casi, que he venido a este maldito
lugar sólo para compartir tu muerte - Elián casi sonrió al recordarse
a la orilla del mar.
- Así es, me temo.
- ¿Qué sucede, Aconor? ¿Qué pasa contigo? - Elián
sacudió la cabeza. Pensó que, ya que su viejo amigo se mostraba tan
falto de imaginación, había llegado la hora de dar a conocer sus puntos
de vista.
- Mira - dijo -, nunca me metí a una pelea sin estar segura de que la iba
a ganar. Y nunca me acerqué a mis enemigos a menos de un buen tiro de flecha.
Trae acá - le arrebató el mapa del santuario y lo puso en alto - Veamos...
La maldita cosa... su maldito ojo, pues, está... ¿dónde habíamos
dicho?, en el nivel tres. Eso está seco, ¿no? Ahí es donde según
tu plan vamos a atacar.Y ahí es donde estaba la última salida que se
cerró, ¿verdad? Bueno - asintió -, yo tengo a éste -
golpeó su arco -, y puedo meterlo una de éstas - señaló
sus dos únicos proyectiles -, o las dos, si puedo. No sé si eso bastará,
pero te garantizo que le va a doler mucho. Como ves, es casi igual que tu plan, pero
al menos nadie tiene que acercarse. Nada me molesta más que andar ariesgando
el pellejo.
- ¿Y si el monstruo hace que se derrumbe el Santuario? - preguntó un
hombre del mar.
- Oh, ya lo había pensado - respondió Elián -. Está la
salida del tercer nivel...
- ... que está bloqueada...- intervino Aconor.
- ¡Oye, todavía no acabo! ¿Quién dice que, si la maldita
cosa se debilita con el golpe, no terminará el bloqueo?
Los hombres la miraron fijamente, ella no supo si con extrañeza, o alguna
otra cosa. Se le ocurrió que se había encontrado con esa mirada en
alguna ocasión, en el rostro de algunos de sus soldados cundo recién
había recibido de Aconor el mando del ejército. En aquel entonces había
sabido cómo comportarse, era más joven y se sentía animosa.
No como ahora.
- Me parece que no tenemos nada que perder - dijo suavemente, encorvando los hombros
- Ésa es mi sugerencia.
Comenzó a retirarse, igual que el día anterior. Creyó que esta
vez nadie la iba a seguir. Se equivocó, hasta cierto punto. Aconor no fue
a buscarla al momento, pero se reunió con ella unas horas más tarde.
Elián no dio señales de advertir su llegada, y no levantó la
vista la primera vez que la llamó.
- Elián - repitió Aconor. Ella, en respuesta, arrojó al piso
el trozo de fibra marina que estaba mordisqueando.
- Hemos estado discutiendo tu plan, querida...
- Es estúpido - completó Elián -. Ya sé. Si vienes a
decirme eso, te ahorro la molestia. Tan estúpido como el tuyo. No creo que
salgamos de ésta, Aconor. Ni tú, ni yo, ni los otros.
Aconor negó con la cabeza.
- Hace unas noches estuve rezando a los dioses. - dijo, acercándose a ella
lentamente -. No pedí que me sacaran de aquí vivo... sólo que
me diran alguna esperanza para mi gente. Y... también oré porque pudiera
verte... aunque fuera por última vez...
- Tus dioses son muy buenos para decidir por la vida de otros, entonces - respondió
Elián -. Mira... si piensas que alguna vez siquera me pasó por la cabeza
morirme por ti... - su voz tembló -... entonces estás loco, enfermo
y estúpido... ¿Crees que... que lo haría? - Elián pasó
saliva y con ello su turbación parecíó disiparse. Una chispa
de irónica diversión apareció en sus ojos -. En cuanto a que
querías verme... no creo que a tu mujer le agrade enterarse de que...
Le pareció que Aconor acusaba el golpe.
- Ah, sí, Roda - dijo, titubeando -. Tuviste que haberla conocido, claro...
Pero ella... Tengo que confesarte algo: nunca la he tocado. No sé qué
clase de marido he sido para ella.
- ¿Tan pronto empiezas con esos problemas? - se burló Elián.
- Lo que quiero decir - dijo Aconor -, es que yo...
- Bueno, ¿de veras crees que me interesa mucho que te hayas acostado con ella
o no?
- Elián... - parecía que iba a decir algo más, pero guardó
silencio. Elián comenzaba a fastidiarse. Aconor había hecho ya muchas
cosas incomprensibles, y ella no tenía que romperse la cabeza tratando de
aclarárselas. ¿Por qué no iba al grano?
Pareció que el otro le hubiera leído la mente.
- Vine a decirte que vamos a hacer lo que nos dijiste, y deseaba saber si aún
contamos contigo. Creo que, con una flecha bien puesta...
- No, no, tampoco te dije que estaba segura de que iba a funcionar. Una herida muy
pequeña en un cuerpo demasiado grande. Y no sé nada de ese veneno de
ustedes.
- Uno de mis amigos dice que lo han usado para animales grandes.
- Nunca envenené mis armas. Me daba pánico que alguien se cortara con
ellas. Pero supongo que en este caso, nos convendría. Mis armas y las tuyas.
No hay que desperdiciar ni un rasguño.
- De acuerdo.
- Me conformo con que esto no se inunde. No creo poder tirar bajo el agua.
- Bien.
Aconor se levantó y salió para impartir órdenes, pero se detuvo
cuando sintió el contacto de la mano de Elián en su hombro.
- Otra cosa - dijo ella -. ¿No tienen por aquí una piedra muy dura,
o algo parecido? Quiero puntas más grandes para mis flechas.
- Te la conseguiré - Elián no lo había soltado. Miraba hacia
el piso, con labios apretados.
- Sabes - pensó en voz alta -, creo que de todos modos no funcionará.
Lo menos que debiste haber hecho era traer un mago. Como el viejo héroe. Como
Llwyr.
- Me alegra que Llwyr no esté metido en ésto - sonrió Aconor
-. Siempre me sentí un poco su hermano mayor. Estoy más tranquilo sabiendo
que está afuera, a salvo.
- Llwyr no es ningún cobarde - replicó Elián -. Te hubiera seguido
si le hubieras dicho lo que querías hacer. Y si piensas que fingir tu muerte
iba a servirle de algo...
- No quería fingir mi muerte... Bueno, quise hacer las cosas solo. De cualquier
forma, tarde o temprano se enteraría.
- No se va a enterar, si esto sigue así - dijo Elián -. Si pudiera
hablar con él... Le diría que se fuera, tan lejos como fuera posible.
Que le diera a Erebus un buen susto... por mí.
- Erebus... No. No dejaría a Llwyr solo contra Erebus.
- Yo tampoco. Por eso vamos a salir. Vamos a salir, ¿verdad, querido?
Elián volvió a mirar a Aconor. Su rostro maduro conservaba la apostura
de los viejos tiempos, y, al mirarlo con atención, la mujer descubrió
que su mirada se parecía a la otra, la que estaba llena de comprensión
y de algo más; algo que nunca iba a poder definir. Elián pensó,
de golpe, que, aunque no existiera un futuro para ellos, ese presente era algo por
lo que valía la pena perderlo.
- ¿Cómo pude estar lejos tanto tiempo...? - dijo, temblando, y Aconor
la estrechó fuertemente en sus brazos, y la besó en los cabellos, en
las sienes y en los labios.
Elián se separó, riendo nerviosamente. Aconor trató de tomar
la mano con la que ella lo abrazaba, pero ella no la quitó. Siguió
riendo. Su rostro, que ya no era joven y que nunca había sido especialmente
agraciado, siempre había resultado hermoso para él. En aquellos momentos
especialmente, Aconor pensó que lucía radiante.
- ¿Qué voy a hacer con Roda? - rió, avergonzado. Elián
duplicó sus carcajadas.
- No creo que esté bien devolvérsela a sus padres. Te ganaría
mala reputación. Podrías conseguirle un amante más joven y guapo.
No tendría por qué quejarse. Te aseguro que en cualquier cambio que
hiciera saldría ganando.
- ¿Y Erebus?
- El pobre viejo se va a llevar una sorpresa. Conmigo ya ha de soñar, pero,
¿crees que se acuerde de nosotros juntos? “Los amiguitos de Ffonydd de Bryn
Aur, Erebus. A que no te lo esperabas”. Y por los dioses que le daremos una buena
sacudida. Y esta vez, será la última. Se va a regresar a su país
con el rabo entre las patas. Aconor - siguió diciendo jovialmente, como si
conversara sobre asuntos domésticos -, ¿te conté que mi gente
y yo tenemos pensado marchar sobre Lloigar...?
Aconor, en un amistoso ademán, le palmeó la espalda, y él y
Elián salieron juntos para concluir los preparativos del inverosímil
plan de ataque.
* * *
El grupo bajó al tercer nivel por la entrada más
alejada de donde, según había reportado el último hombre del
mar que lo había vigilado, se encontraba su enemigo. Era éste espía
quién abría la marcha. Elián iba inmediatamente tras él.
Después seguían Aconor y los otros. Habían pasado varios días
de incertidumbre, de sobresaltos constantes, de una espera que destrozaba los nervios.
El Hyd Crawrth tenía que alcanzar el lugar convenido.
Los hombres atravesaron un pasillo alargado que se bifurcaba en varios sitios, y
fueron a dar a un cuarto más o menos pequeño que parecía haber
hecho de almacén y que tenía dos puertas situadas en paredes opuestas.
Se detuvieron en este punto.
- Aquí - explicó el guía -. Detrás de esta puerta, hay
una pared que da vuelta unos pasos hacia la izquierda. Al doblar la esquina, a unos
pocos metros... ahí está.
Aconor asintió.
- Tenemos que movernos de prisa - comentó, y descubrió la punta de
la lanza que llevaba. - Seguramente nos ha olido ya. ¿Te sientes mal, Elián?
La mujer respondió con una brusca sacudida de cabeza. Ya no era capaz de disimular
su nerviosismo; le temblaban ligeramente los labios, estaba muy pálida y con
frecuencia se llevaba las mano a los cabellos para sacudirse un sudor helado. A pesar
de que, al paso de los días, se había acostumbrado a la humedad del
ambiente, sentía escalofríos en todo el cuerpo. Se estremeció.
- Elián - le dijo quedamente Aconor. Ella comprendió. No podrían
posponer la maniobra otro día. Tenía que serenarse.
- Estoy bien - dijo.
- Entonces terminemos con ésto.
Elián sacó de la aljaba una de sus dos flechas, ahora reforzadas y
con puntas nuevas. Unos cortísimos instantes antes de colocarla en el arco,
la apretó en el puño.- Ya estoy lista.
El guía abrió la puerta, y el grupo se deslizó hacia el pasillo.
Frente a ellos estaba la última pared. Al dar la vuelta, a unos cien pasos
o menos, estaría el Hyd Crawrth, y, a sesenta pasos a mano derecha, otro pasillo,
la ruta más corta a la supuesta vía de escape.
Cada hombre preparó sus armas (lanzas largas, en su mayoría). Elián
se volvió a ver a Aconor. Por unos instantes, los dos se contemplaron.
- Ya estoy lista - repitió la mujer.
- Suerte - musitó él.
Hizo una movimiento brusco con la mano y en seguida Elián echó a correr.
La carrera no duró más que unos tres segundos, pero a Elián
le parecieron siglos. Sabía que sus compañeros la seguían, pero
de algún modo se sentía sola, sola con su miedo. Sintió que
el mundo yacía sobre sus espaldas. A punto estuvo de tropezar.
Al doblar la esquina, supo que encaraba a su enemigo. Frente a ella, las paredes
iluminadas parecían tener una grieta de oscuridad. Esa grieta era en realidad
una gigantesca maraña de filamentos viscosos, al parecer sin un punto de unión
aparente. Algunos se adherían a las paredes, otros se movían perezosamente
por el piso. El algún sitio de la maraña, estaba colocada como al descuido
una esfera que tenía la consistencia de un huevo de serpiente, con una cicatriz
horizontal dividiéndola a la mitad; el ojo, cerrado.
Elián se detuvo, y lo contempló un instante. Caminó unos pasos
hacia él. Se había propuesto no asustarse, pero ahora se daba cuenta
de que no sería necesario. El temor no iba a dominarla. El Hyd Crawrth real
no era la mitad de terrible del Hyd Crawrth que había aparecido en sus pesadillas.
Parecía una madeja deshilachada y empapada de grasa. No tenía en lo
más mínimo la apariencia de un dios. Elián sintió deseos
de reírse de sus antiguos temores ahí mismo. Pero una idea repentina
detuvo sus pensamientos. ¿Qué clase de ser era ese Hyd Crawrth? ¿No
era tan sensible a las presencias extrañas? ¿Por qué no reaccionaba
de alguna manera? ¿Por qué no se movía? Quizás estaría
fingiendo.
Como respuesta a esas interrogantes, el ojo se abrió lentamente, soltando
una franja de iluminación. Su vista hizo retroceder a Elián. Estaba
cargada de odio, de un odio casi palpable. Elián comprendió al instante
el temor de Llwyr al enfrentar aquella cosa. Probablemente era lo mismo que ella
sentía en ese momento. Nunca se le hubiera ocurrido que, en ese mismo momento,
cuando en el mundo de la superficie se veían desaparecer las últimas
estrellas, Llwyr estaba una vez más enviando su mente a las profundidades,
y acababa de detectar un resquicio por donde penetrar a la mente de su enemigo, una
flaqueza que no conseguía explicarse.
La cosa hizo un movimiento semejante a un espasmo. Elián vaciló al
sentir que el suelo temblaba, pero finalmente alzó el arco y apuntó.
Y entonces Elián se dio cuenta completa de algo que no había entrado
de lleno a su cabeza. No podía ver a lo lejos más que una mancha de
luz. Disparó. La flecha, no muy lejos de su blanco, fue a perderse, inofensiva,
entre los hilos viscosos. Elián se quedó observándola, impotente.
¿Cómo había podido ser tan estúpida?, se reprochó
amargamente. Sus ojos ya no eran jóvenes. Tenía que cerrarlos para
ver a lo lejos, y aun así, su capacidad de atinar a un blanco había
disminuido considerablemente. Elián, inmóvil, vio cómo llegaban
los compañeros que se habían confiado a sus habilidades.
El Hyd Crawrth eligió ese momento para atacar. Los tentáculos temblaron,
y se movieron como miles de serpientes.
Aconor, de un empujón, apartó a Elián del primer latigazo y
la arrastró hacia atrás. Los demás, esquivando como podían
los tentáculos, lanzaron sus armas hacia el ojo. Uno de los golpes alcanzó
a uno de los hombres del mar, abriéndole un profundo corte en el torso.
Elián se deshizo del brazo de Aconor y se puso de pie. Apartándose
un poco hacia el fondo, colocó la segunda flecha en el arco y gritó
a los demás que se apartaran. Apuntó de nuevo, pero un instante antes
de soltar el proyectil, cerró los ojos.
El suelo se sacudió con una violencia que le hizo perder el equilibrio. Al
abrir los ojos, vio al Hyd Crawrth moviendo frenéticamente los tentáculos
hacia todos lados. Lo que había sido su ojo era una tripa deshinchada, que
latía como una víscera, pero era ya inútil. La flecha de Elián
continuaba hundida en él, aún cuando los brazos trataban de arrancársela.
Comenzó a escucharse un extraño zumbido, y, en en menos de un segundo
un chorro de agua entró por el pasillo de la derecha.
- ¡El escape está libre! - gritó uno de los hombres del mar.
En ese momento uno de los tentáculos se enrolló en su cintura y lo
arrastró hacia la maraña.
Los cinco hombres del mar restantes llegaron hasta la entrada y se sumergieron, nadando
contra corriente. Aconor, antes de seguirlos se volvió, y vio que Elián
había desenvainado sus dagas y trataba de soltar al otro hombre del mar. Con
una mano contenía los golpes dirigidos hacia ellos, mientras que con la otra
trataba de arrancar el tentáculo.
Aconor trató de ir hacia ellos.
- ¡Elián! - llamó.
- ¡Vete, Aconor! - respondió ella.
Las paredes del Santuario comenzaron a cuartearse. El agua les llegaba hasta los
muslos, y seguía subiendo. Un trozo del techo se desprendió, y fue
a caer casi a los pies de Elián. Ésta, a punto de liberar al hombre,
apenas pareció advertirlo.
Una vez que consiguió que el Hyd Crawrth soltara su presa, se apartó
junto con él del alcance del monstruo. El hombre sangraba. Elián ya
había notado que algunos de los tentáculos del Hyd Crawrth estaban
dentados. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que Aconor había desaparecido.
- Debe haberse marchado ya - pensó, y se sorprendió por aquella actitud.
Hizo que el herido se apoyara en ella, y se dirigieron con dificultad hacia el pasillo
de la derecha.
- El escape está a la vuelta - dijo el hombre del mar -. No falta mucho.
Iba Elián a responder, cuando una tremenda sacudida los arrojó al suelo.
Una lluvia de lodo y fragmentos de coral cayó sobre ellos. Elián, que
había cubierto con su cuerpo al herido, levantó la cabeza en cuanto
pudo sacudirse los escombros. El camino delante de ellos había quedado bloqueado.
- Dioses... - murmuró, desalentada. El hombre del mar la tomó del brazo.
- Todavía podemos salir - le dijo -. Alguno de estos callejones estará
bien.
- ¿A dónde?
- Al templo.
* * *
El Hyd Crawrth estaba ciego, pero su mente podía
ver aún, y sentir. La flecha de Elián había alcanzado su único
órgano importante, y eso lo había debilitado, pero aún quedaba
su magia. Podía defenderse, devolver el golpe. Con todo, oleadas de alarma
lo perturbaron. Se arrastró furiosamente, trató de atravesar los cortantes
escombros. Pero no podía guiarse bien. La conciencia de su vulnerabilidad
estaba ahí. Había reconocido el poder. Sabía el por qué
de su reconocimiento. Aquel poder, su antiguo enemigo, que lo había derrotado
tantos años atrás.
Por encima de él, el altar negro vibraba como una criatura ansiosa. El poder,
expectante, iba a concentrarse ahí. Y el ser terrestre que tenía en
las manos la llave para desatar ese poder se encaminaba hacia el templo. Tenía
que impedírselo. No podía permitirse otra derrota.
Con ese pensamiento, el Hyd Crawrth hizo de lado la molesta pero insignificante mente
humana que había logrado echar un vistazo a su interior, y empujó su
masa contra el Santuario.
Llwyr salió bruscamente de su trance. La idea completa de lo que estaba ocurriendo
le cayó en la cabeza de golpe.
Elián retiró a su compañero apenas a tiempo para evitar que
un nuevo derrumbe les cayera encima.
En el templo, aguardaba la sombra del viejo héroe.
* * *
El nivel superior estaba casi completamente inundado.
Elián y el hombre del mar nadaban como podían entre las corrientes.
Habían estado recorriendo el mismo camino por el que ella había bajado
unas semanas antes.
Elián se sentía muy cansada. Supuso que debía estar herida,
quizás de gravedad, pero no sentía dolor en ningún sitio específico
del cuerpo. Se sentía entumecida, y su nariz volvía a experimentar
las molestias de respirar bajo el agua. Su compañero también parecía
estar mal. Avanzaron con dificultad, aferrándose a los escombros, ayudándose
mutuamente. Por fin, llegaron al corredor que daba al templo. Elián abrió
la trampilla, se impulsó hacia arriba y sacó después al hombre.
Lo primero que atrajo su vista fue el altar. Se había vuelto de color blanco,
y brillaba con un resplandor semejante al de la luz del sol. Aún a pesar de
ella, Elián alcanzó a ver la figura inclinada sobre el altar, y supo
quien era. Caminó hacia él, pero hubo algo, no comprendió qué
cosa, que la hizo detenerse. Abrió la boca, pero no gritó. Sintió
su voz resonándole en los oídos, pero supo que no había forma
de que él la oyera.
Entonces, la figura junto al altar levantó la cabeza, y la miró directamente.
Sus ojos. Los ojos. Como la primera vez que lo había visto,
y se había sentido tan asustada. Los mismos ojos que sorprendía en
miradas ocasionales. Los ojos que ahora parecían absorber la luz bajo sus
manos.
Aconor, sin despegar las manos del altar, hizo una seña con la cabeza, indicando
la gran entrada del Santuario. Elián negó con la cabeza, y en ese momento
un fuerte impulso de la corriente marina la arrastró hacia la puerta. Al cuerpo
de Aconor no pareció afectarle ésto. Elián lo vio una última
vez, mientras luchaba por aferrarse a los pilares. No supo dónde se había
quedado el hombre del mar que la acompañaba.
El mar la zarandeó varias veces antes de lanzarla a la superficie. Elián
tenía aún su naturaleza marina, pero estaba demasiado agotada para
siquiera tratar de adivinar en qué dirección se hallaba la costa. Sintió
entonces otro tirón, semejante a una ola, pero que la hacía desplazarse
en forma recta. Unos segundos después, sus pies tocaron fondo, y unos brazos
la sostuvieron al tambalearse.
Llwyr, concluído el hechizo, la atrajo hacia así.
- Aconor está allá adentro - jadeó ella.
- Sí, ya lo sé - respondió el mago -. Ahora ya lo sé.
Sus ojos se desviaron del mar hacia Elián y la cara se le contrajo.
- Dioses, Elián - murmuró, horrorizado. Elián se miró
el abdomen. Sus ropas estaban llenas de sangre. Tenía contusiones y vario
cortes, pero uno de ellos era muy hondo. Elián consideró la herida
casi con indiferencia. Parecía un golpe de espada. Los había visto
iguales o peores, y nunca había visto que un hombre durara más de un
minuto con ellos. Los bordes de la herida estaban tumefactos, y la piel que la rodeaba
se veía mortalmente blanca.
Mi cara debe tener la misma tonalidad, pensó Elián. No lo
voy aguantar mucho. No está mal del todo, puesto que no duele.
Llwyr la ayudó a tenderse sobre la arena. Elián observó la preocupación
mal disimulada que oscurecía sus ojos.
- Vas a salir de ésta, Elián - oyó que le decía.
Elián apretó los dientes cuando él puso los dedos sobre la herida.
Lo oyó cantar una extraña melodía. Un momento después,
ya no sintió nada. No sintió nada. Trató de palparse el vientre.
- No, no te toques - le dijo Llwyr -. Es provisional. Te atenderé después.
Oh, sí, pensó ella con una media sonrisa. Los viejos escritos de Éirí
Lann. Así que Llwyr había cumplido su viejo sueño. Era ahora
un mago que sabía curar.
Elián se puso en pie cuidadosamente, ayudada por Llwyr. El mar parecía
una gran caldera de agua hirviendo. Llwyr la había apartado de las olas, pero
hasta donde se encontraban llegaban ocasionales salpicones. En el lugar donde se
hallaba el Santuario, se veía una mancha blanca, como una linterna sumergida.
- Aconor está ahí adentro - repitió Elián -. No sé
qué está pasando, Llwyr.
- Está bien - respondió Llwyr, frotándose las sienes para aliviar
un poco el mareo que le ocasionaban las energías gastadas en el uso de la
magia -. Lo sentí.
- ¿Qué sentiste?
Llwyr miraba hacia el mar. De pronto soltó un respingo. Algunas personas (gente
del mar y de la tierra) que habían salido de sus casas y se les habían
unido en la orilla comenzaron a gritar cosas que Elián no pudo entender,
El mar se había calmado de pronto, pero era una calma forzada, antinatural.
Ni siquiera había olas. Y cuando la marea, de alguna forma, comenzó
a retroceder, los gritos se duplicaron.
Con lentitud, el agua se deslizó hacia adentro. La espuma descubrió
el trozo de playa sumergida, los arrecifes, el templo. Los que estaban en la costa
ya no hablaron; observaron, fascinados, el extraño fenómeno. En un
lapso de tiempo que a muchos les pareció atrozmente lento, el mar dejó
al descubierto la portentosa construcción submarina.
No muy lejos, hacia el horizonte, el agua se acumuló en lo que parecía
ser una montaña parda. La ola se fue elevando a medida que avanzaba, despacio,
hacia la tierra, y la cresta se dobló, tomando la forma de un mazo.
La gran ola se precipitó sobre el templo. Algo pareció estallar dentro
del Santuario entonces. El templo se convirtió en un trozo de sol, y sus rayos
atravesaron la montaña de agua.
Ésta pareció congelarse, y se quedó estática por un momento;
después, las aguas se elevaron, tomando la forma del cono invertido de un
tornado, que alcanzó tal altura que la punta pronto se perdió de vista.
La luz del templo se extinguió poco a poco, y de la misma manera, la torre
de agua bajó, sin salpicar siquiera, cubriendo el Santuario y los acantilados.
Las olas reanudaron su movimiento de ordinario, como un cuerpo que ha vuelto a respirar.
Llwyr se dejó caer de rodillas en la arena. Un hombre que se había
acercado le preguntó:
- ¿Tú hiciste eso, mago?
Llwyr movió la cabeza. La gente comenzaba a caminar hacia el mar, a tocar
el agua, con expresión de incredulidad. Entre ellos, Llwyr vio a Elián.
Fue hacia ella y la tomó firmemente por los hombros. Elián estaba todavía
muy pálida y tenía los ojos húmedos, pero al volverse hacia
él sonrió.
- Déjame ir, ¿quieres? - le dijo.
- No, iré yo.
- Oh, vamos, Llwyr, suéltame - replicó ella con fastidio fingido, y
se deshizo afectuosamente de su contacto.
- Elián... - dijo Llwyr. Había en su voz un matiz extraño, de
amarga desesperación, que hizo que Elián se volviera inmediatamente
hacia él. Llwyr jamás había hablado así. Parecía
haberse convertido en otra persona. Mirándolo a los ojos, Elián se
topó con una intensidad que nunca antes había visto. Comprendió.
El descubrimiento la hizo retroceder.
- Oh, Llwyr - musitó -, yo... no lo sabía, no lo sabía...
Llwyr apartó la mirada. Estrechó las manos de Elián apenas unos
segundos.
- Anda, ve - le dijo.
Elián volvió la vista al mar, y después hacia su amigo. Llwyr,
estaba sonriendo; era una sonrisa triste. Las olas, cuyo nivel había descendido
considerablemente, dejaban ver una parte de los pilares del templo.
Elián entró al mar. El sol, asomándose por sobre las murallas
de Sol Ganneth, se reflejaba en la piedra coralina del templo. Frente a la mujer,
entre la espuma, surgió la cabeza de un hombre.
Elián corrió hacia él, llamándolo; el hombre, con el
rostro inexpresivo, movió la cabeza en dirección a su voz. Tenía
los ojos dirigidos a ninguna parte. Era una mirada ciega, hasta cierto modo diferente,
pero Elián la reconoció.
Se acercó al hombre y lo atrajo hacia sí; el hombre palpó sus
cabellos y su rostro, y después de unos segundos, cerró los ojos y
apoyó la cabeza en el hombro de ella.
Llwyr, aún en lucha con sus emociones, observó el abrazo desde la playa.
Tras algunos instantes de duda, echó a andar hacia sus amigos. El sol, a sus
espaldas, se oscureció rápidamente tras las nubes. A lo lejos, tierra
adentro, sonó un relámpago. Venía otra borrasca.