Al salir de una función de pesadilla



Son realmente pocas las veces que salgo desanimada del cine. Pero aquella, por desgracia, era una. La proyección de Leyenda, de Ridley Scott, prometía... pero, aunque a la postre no resultó tan buena, yo no me había podido enterar, ya que estaba cortada por todas partes y me había tocado compartirla con un público fastidioso que nunca guardaba silencio. Caminé, meditando el desafortunado asunto, sola. Y que al pasar por un jardincillo descuidado, vi lo que tomé por una flor brillantemente hermosa. No resistí la tentación de ir a cortarla. Sólo cuando estuve cerca me di cuenta que se trataba de una chica diminuta. Era esbelta, con cara infantil, ojos de un extraña tonalidad verde hoja y el cabello, aún más raro, color ceniza. Caramba, qué bonita era. Vestía un jubón largo cortado en pétalos (no es del todo descabellado el que la confundiera con una flor) y una ancha capucha le enmarcaba graciosamente el rostro. Cuando me di cuenta de lo que ella era, lamenté furiosamente no haber llevado conmigo una coladera o una red para mariposas.


Pero no tuve necesidad de la una ni de la otra. Me acerqué muy despacio y le pregunté si estaba sola y si quería irse conmigo. Ella no respondió, pero aceptó subir a la mano que le tendía. Pensé rápido un nombre; y una palabra inventada, aasin, que según las etimologías de mis primeras lenguas inventadas significaba "Flor matinal", "tempranilla", fue lo primero que me vino a la cabeza. Su nombre pareció gustarle. Me la puse característicamente en el hombro y regresé a casa, donde esperaban Pratch, la colina y el vaso de agua.


Pratch estaba encantado con ella. Turbadísimo, feliz, me preguntaba una y otra vez dónde la había sacado, si me había dicho algo, etc. Charlaba animadamente con ella y se desvivía por llamar su atención. Aasin fue su prioridad y el objeto de sus cortesías por aproximadamente tres semanas, hasta que el muy condenado se aseguró que el interés era mutuo, y entonces se dio el lujo de ser pasivo y hasta indiferente. Pero de que la preciosa hadita lo traía loco, nunca tuve la menor duda.


Aasin descubrió muy pronto que podía hablar conmigo, y pasaba horas y horas dedicada a ello. Quería saber de todo: de mi preparatoria, mis amigos, mis libros. Le gustaba salir conmigo a cualquier parte, aunque se descubrió particularmente aficionada a la escuela.


La primera vez que llevé a clases a Pratch y a Aasin juntos, hubo circo. Aasin se había propuesto a hacer pasar un mal rato a todas las personas que no simpatizaban conmigo; las reconoció como por instinto. Si a Pratch le daba de vez en vez por cosquillear la espalda del compañero de delante, dar un tirón a la hoja al estar uno escribiendo o hacer caer los lápices, a Aasin le gustaba tomar éstos y garrapatear algo en las narices del propietario del objeto (puede tomarse como literal en algunas ocasiones), susurrar algo increíble al oído del más despistado o saltar de pupitre en pupitre armando un relajo terible. Al terminar ese día, salimos llevando sobre la conciencia una larga serie de desastres, incluído el extraño caso del cortinero desprendido sin razón aparente. Por suerte, no teníamos aún prácticas en el laboratorio de química.


Afortunadamente (más bien desafortunadamente, porque desde entonces las clases se volvieron mucho más aburridas) Aasin se corrigió. Se dio cuenta de que le gustaba estudiar y aprender, y se volvió mi asidua acompañante a la escuela, pero esta vez en el papel de alumna modelo, sentándose muy seria en mi mesa cuando el maestro exponía clase o haciéndome alguna observación al tomar notas. Si había alguna banca vacía, aumentaba de tamaño, como Pratch (aunque nunca pudo pasar del 1.56 mts.; no tenía figura de mujer alta) y la ocupaba. Le gustaban la Filosofía, la Química Orgánica y la computación, y la clase de Mate, la que yo más odiaba, era su paraíso. Con cuánto gusto le hubiera cedido mi matrícula, mis obligaciones y mi documentación. Más de una vez Pratch me lanzaba una mirada de súplica desesperada cuando ella le ordenaba estarse quieto durante la clase. En los tiempos en que aún procuraba complacerla obedecía sin protestar, pero al cabo se hartó y volvió a las andadas. Aasin jamás. Incluso me ayudaba con mis tareas e insistía en aguantar mis reniegos al respecto.


Su solidaridad para conmigo, sin embargo, estaba por sobre todo. Pero ello, aunado con su impulsiva e ingenua sinceridad, su voz extrañamente parecida a la mía y el hecho de que el maestro de Filosofía (un tipo algo corto de neuronas que usaba un cráneo barnizado como pisapapeles) la exasperaba tanto como a mí, me metió más de una vez en problemas. Como aquella vez cuando se nos dictó la máxima socrática "sólo sé que no sé nada", Aasin exclamó: -¡Oh, tremenda necedad! - y todo el mundo se me quedó viendo y el maestro comenzó a adquirir el cotidiano tinte verde de las ocasiones en las que me atrevía a señalarle, con mucho tacto, que de nuevo estaba confundiendo las cosas ya que Sor Juana y Santa Teresa no eran la misma monja. Yo me quería desaparecer, pero Aasin, muy erguida, estaba esperando defender su punto de vista.


Condenada muchacha. No obstante, su presencia compensaba cualquier lío. Era afable y afectuosa, especialmente con mi gato Galahad, quien, al igual que la mayoría de sus congéneres, tenía ojos que podían verla.


A veces me anunciaba que saldría de viaje, y desaparecía unos días. Pratch me decía que iba de visita al mundo paralelo -ese mundo que a veces llamamos fantasía, que está superpuesto al nuestro y en el que vivimos y actuamos en ciertas ocasiones-, donde cultivaba variadas amistades. No faltaba el día en que, a su vuelta, me llevara una sorpresa. Por ejemplo: una vez llegó acompañada de un ingenioso nigromante que se mostró sumamente interesado en mis horrorosas tareas de Química y Mate. La víspera de mi cumpleaños diecisiete, varios trovadores (entre ellos un tal Alan que, según él, era del bosque de Sherwood, y que decía ser amigo de un cierto Robin) me obsequiaron con una gratísima serenata. Visitas semejantes hubo muchas, la mayor parte sin complicaciones; aunque en alguna ocasión Aasin, leyendo en mi mente secretos anhelos. llevó a un invitado que tenía enormes fauces y arrojaba fuego por la boca; fue grandioso, pero un poco problemático. Hasta que llegó el día en que tan acostumbrada estaba, que una examen final me asustaba más que cualquier suceso inaudito. Aasin se convirtió en intermediario por excelencia en mis relaciones con el mundo paralelo; y mi camarada y cómplice en ambos universos.

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