El vendedor


El incidente con Jack y la colina nos había dejado lo suficientemente preocupados como para que le dedicáramos una buena parte de nuestros pensamientos. Todavía no habíamos dado con el o los culpables, y al paso que íbamos estaría difícil. Mi teoría personal, que compartí con Jack aunque él no hizo ningún comentario, era que, mientras que lo de la jardinera era obra definitivamente de humanos, lo que lo había lastimado había sido otra cosa. El nunca dijo sí o no, pero como el que calla otorga, me quedé sólo con mis pensamientos para darles vuelta.

¿Es que existen en este mundo, además de los habitantes de las colinas y nosotros, otros tipos de seres, generados en la mente humana? Escribí la larga pregunta en mi diario. Luego reflexioné. . Por supuesto que sí. Es más, yo los había visto, alguna que otra vez. Uno de ellos era verde y redondo, con grandes ojos de pulpo y pestañas de Marilyn; ése amenazaba con visitarme si se me ocurría desvelarme leyendo. Otro era amarillo, y tenía largas garras, hocico de oso hormiguero y ojos rojos y saltones; me seguía a las horas del día más imprevistas. Había una pelotita con patas y cuernos que habitaba en el hombro del maestro de Física y le susurraba al oído malévolas ideas para los exámenes. Y así varios más. No, yo no era de las personas que dudaran del poder de la mente.


- La mayor parte salen de la cabeza de uno - les expliqué a los muchachos tras contarles mis experiencias -. Estuvo raro el que se metió con Jack; yo creía que no eran perniciosos mientras no les hiciera uno caso.


- Mmm... ¿cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? -preguntó inoportunamente Pratch. La verdad, no tenía idea.


- Verás - y me puse a buscar cualquier respuesta que no sonara desesperada -. Bueno, que nosotros somos reales y ellos no, creo... o al menos, no son tan reales como nosotros.


- Pero en tal caso distinguir los peligrosos de los no peligrosos... - comenzó Aasin.


- Es un trabajo del diantre - le completé -. Por supuesto. ¿Saben qué?, por si las dudas, mejor no se metan con ellos.


Un buen consejo, pero ojalá no lo hubiera dicho. Al instante me cayó de cuatro puntos cardinales un impetuoso torrente de preguntas y exigencias de información.


- Buenos, ¿cómo esperan que yo sepa tanto? Ustedes son más perceptivos que yo. Sabrán distinguir y cómo actuar.


Con lo que dejé en paz el asunto. Por un tiempo, al menos. Porque después vino a ocurrir algo que lo reavivó.


Sucedió un día que un visitante inesperado fue a detenerse frente a la colina. Aasin y Stancie andaban de paseo en el mundo paralelo, y Jack me había acompañado a la escuela; así que Pratch solo tuvo que atenderlo. Me contó después, más o menos, cómo había estado la cosa.


Estaba sentado frente a la jardinera (1.77) cuando el tipo ése llegó y se quedó mirándolo fijamente. Era, recordó Pratch, viejo y tosco, y llevaba sobre la espalda un gran saco sucio y maltratado.


Pratch dijo que su primera sorpresa fue que el hombre pudiera verlo (y tan descaradamente), acostumbrado como estaba a observar a su gusto sin que nadie se diera cuenta. Que mientras pensaba si no sería ocurrencia suya y el señor estaba admirando la extravagante jardinera, éste se dirigió a él y le preguntó su nombre. Que tenía una voz bastante áspera.


La pregunta se repitió. De seguro Pratch nunca había pensado en cómo comportarse en una situación tal.


- Mi nombre - aventuró, según lo que le había enseñado -, es Haspratchjer de la colina del Círculo.


- ¿Y este es tu hogar? - siguió el tipo.


- Esto es una colina, esto es un círculo - dijo mecánicamente Pratch, señalando la jardinera. El tipo se sonrió.


- ¿No te parece un poco pequeño para alguien como tú?


Pratch ya estaba empezando a fastidiarse. No tenía la menor gana de ponerse a explicar el asunto de sus cambios de estatura, ni nada. Decidió guardar silencio.


- Supongo que lo habrás cambiado por una magnífica propiedad - insistió el tipo.


- La bugambilia - contestó esta vez Pratch. El hombre calló un segundo. Luego continuó:


- ¿Una maceta llena de florecitas te parece buena? ¿Qué clase de persona eres?


- “En la mitología germánica - respondió Pratch, repitiendo de plano la definición del diccionario -, genio protector de la vegetación, poblador de bosques, aguas y montañas; divinidad subalterna que...”


- Bien, entiendo - dijo el hombre.


- ¿Algún problema? - saltó el Pratch, que detesta que lo interrumpan.


- Oh, no, no te molestes - dijo el hombre con otra sonrisa antipática -. Sólo he venido a ofrecerte útiles productos de excelente calidad. Soy un vendedor, un humilde y sencillo vendedor.


- ¿Y qué es lo que vendes? - preguntó Pratch, a su pesar empezando a interesarse.


- Infinidad de cosas - contestó el hombre, y extrajo de su saco un paquete de papel amarillento. Dentro había un frasco esmerilado lleno de líquido -. Ésto, por ejemplo, es esencia de odeim.


- ¿De qué?


Cuando me lo platicó, no puede menos de burlarme un poco de lo atarantado que se había puesto Pratch. - Ah, pero qué amigo mío. Si te la puso facilísima; o único que tenías que hacer era poner las letras al revés. Truco más viejo...


- Justamente - me contestó Pratch -; tan viejo que ni siquiera se me ocurrió. Tengo la cabeza puesta en cosas mucho más difíciles.


- Odeim - continuó el hombre -. Es muy útil. Ayuda a sacarte de apuros. Tensa la carne y te hace sudar un poco, para lo que te quede de rolav se te salta por los poros tras la primera ingestión. Dos gotas después de cada comida, agítese antes de usarse.


- Excelente. ¿Qué es el rolav? ¿Algún bicho dañino?


- Sólo para la comunidad. Mira - sacó a continuación una calculadora -, esta maquinita mide perfectamente el cociente de manifestación entre expresión que debes conservar para permanecer oculto a conveniencia.


- ¡Ah, interesante!


- Si llegaras a rebasar el límite, inmediatamente se activa su discreta alarma. Hay que callar a tiempo. Funciona con luz solar. Esto - una cajita de madera - son comprimidos de sotneimidromer.


- ¿Qué?


- Si se comete algún error, se toman de una a dos tabletas. No hay que quedar mal delante de la gente. En oferta de promoción.


- ¿No serán peligrosos?


- Bueno, si no se abusa no hay riesgo. Bien, he aquí un objeto necesarísimo - dijo el vendedor, mostrando una especie de careta de plástico -. Protección para identidades en apuros. Viene con cordones.


Pratch se probó la máscara y soltó la risa. Estaba completamente cerrada.


- Pero no sirve - dijo -; no sirve para nada si tapa los ojos.


- ¿Ojos? ¿Quién te ha dicho que tienes ojos? -. A la primera Pratch se espantó, pero después, viendo, preguntó el por qué de semejante tontería.


- Algunas veces - dijo el vendedor-, la Madre Naturaleza no se muestra muy generosa con nuestros ojos. Pero es un problema con fácil solución -. Metió la mano al saco -.Con estos magníficos lentes de contacto...


Pratch todavía se paró a decirle: con eso; muchas gracias. El vendedor todavía insistió un poco.


- Bien, jovencito; ¿algo que te interese?


- No, gracias.


- Bueno - el vendedor se encogió de hombros -. Entonces regreso otro día. Pronto me van a llegar muchas cosas nuevas. Adiós - se despidió con un nervioso ademán, y Pratch lo vio alejarse entre montones de personas, escabulléndose sin que nadie pareciera notar su presencia.


- Vaya asunto - comenté cuando Pratch terminó su relato -. Por lo menos le hubieras pedido precios.


- Me daba una sensación bastante desagradable. Al principio hasta creí que era uno de los que rompieron la jardinera.


Consulté a Jack con la mirada.


- No, creo que no.


- ¿Qué hago si vuelve? ¿Lo despido nada más?


- Mejor.


Mientras sacaba la máquina de escribir y los libros para hacer mi tarea, no se me iba de la cabeza el problema del día: justamente a la última hora, me había agarrado a pleito sin cuartel con un maestro y con media clase (y la otra mitad, por cierto, no estaba precisamente de mi lado) por ciertas ABSURDAS cuestiones didácticas, moralísticas y literarias. Justamente cuando Aasin estaba de vacaciones. Si Pratch me había contado su experiencia al pie de la letra... De pronto se me prendió el foco. Frases como hay que callar a tiempo, no hay que quedar mal delante de la gente y similares, se habían insinuado en la clase. Y quizás viejo y tosco hubiera sido la descripción que mi susceptibilidad herida hubiera hecho de mi maestro. Qué curioso. ¿Curioso? Al preguntarle a Pratch la hora en la que llegó el tipo y verificar con mi horario escolar, me quedé con la boca abierta.


Sí. Por supuesto que sí.


Y me eché a temblar.

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